Si algo nos ha demostrado la biología es que la vida es enormemente flexible y diversa. Esto hace que sea difícil definir sus límites. Los virus son un caso especialmente interesante.
Tradicionalmente se considera que no son organismos vivos. Son partículas formadas por una cubierta de proteínas que protege a una pequeña porción de ácidos nucleicos (ADN o ARN). Pueden estar o no cubiertos por una membrana flexible parecida a la de las células.
Pero los virus no son células: para multiplicarse necesitan infectar células y apoderarse de su maquinaria genética, para que copie su genoma y fabrique sus proteínas.
La inmensa mayoría de los virus son más pequeños que cualquier célula y contienen pocos genes: algunos solo dos, pero normalmente unos cuantos. Como comparación, la bacteria intestinal Escherichia coli tiene 4 mil 300 genes, y el humano, 20 mil.
Pero en 2003 se identificó un virus tan enorme que era mayor que algunas células, con un genoma de casi mil genes, más que algunas bacterias. Se le llamó mimivirus (ya mencionado aquí). Posteriormente se han descubierto otros virus enormes, como el pandoravirus, con 2 mil 500 genes.
Y resulta que estos virus gigantes poseen además genes relacionados con funciones metabólicas que se consideraban exclusivas de las células, como la fabricación de ciertas enzimas.
Por ello se ha propuesto que estos enormes virus podrían ser descendientes de una cuarta rama del gran árbol de la vida, además de eucariontes (protozoarios, hongos, plantas y animales), bacterias y arqueas (primas de las bacterias). Los organismos de esta cuarta rama habrían ido perdiendo funciones —y genes— hasta convertirse en parásitos.
Recientemente un equipo de virólogos encabezados por Frederik Schulz, en California, halló algo nuevo al analizar lodos de una planta de tratamiento de aguas de Klosterneuburg, Austria.
Utilizando métodos metagenómicos, que permiten identificar organismos a partir de su ADN, hallaron lo que parece ser el genoma de un nuevo virus gigante, al que llamaron klosneuvirus. Lo interesante es que este virus tiene 20 distintas enzimas sintetizadas de ARN de transferencia, fundamentales para la fabricación de proteínas, correspondientes a cada uno de los 20 aminoácidos. Es decir, un juego completo de dichas enzimas… igual que una célula viva.
Esto parecería fortalecer, a primera vista, la hipótesis de que los virus gigantes descienden de antiguas células de la cuarta rama del árbol de la vida.
Para investigarlo, Schulz y sus colegas analizaron la procedencia de dichos genes. Hallaron que cada gen proviene de un linaje evolutivo distinto. En otras palabras, no parecían descender de un antepasado común, una célula antigua que fue perdiendo genes hasta convertirse en el klosneuvirus. Por el contrario, éste parece haber surgido a partir de un virus pequeño que fue adquiriendo enzimas, una por una, a partir de distintos organismos. Un fuerte golpe para la hipótesis del cuarto dominio de la vida.
Los virus son un territorio todavía poco explorado. Seguirán dándonos sorpresas que harán más borrosa la línea entre virus y células. Y queda claro que los organismos vivos son en realidad sistemas modulares formados por combinaciones enormemente flexibles de distintos genes, casi como bloques de lego moleculares.