Nadie lo duda: gobierno, oposición y sociedad entera batallamos para superar las reacciones viscerales y articular una idea que ayude a resolver el México roto y desigual de los tiempos recientes.
Han aparecido, sin embargo, ingredientes para una mejora política, que provienen de personas diversas, a partir de horizontes distintos. Creo que no hay que dejarlos pasar. Una de estas personas es el papa Francisco.
Tutti fratelli, se llama su nueva encíclica. Habla de populismo, de neoliberalismo, de globalización, de justicia, de la crisis no aprovechada de 2008, de internet y de diálogo. Cita a santos del cristianismo primitivo y a los más recientes Juan Pablo II y Paulo VI. También a Virgilio y a Paul Ricoeur.
Solo puedo dejar aquí un par de brochazos de este extenso documento que el Papa entregó, advierte, “como un humilde aporte a la reflexión para que, frente a diversas y actuales formas de eliminar o de ignorar a otros, seamos capaces de reaccionar con un nuevo sueño de fraternidad y de amistad social que no se quede en las palabras. Si bien la escribí desde mis convicciones cristianas, que me alientan y me nutren, he procurado hacerlo de tal manera que la reflexión se abra al diálogo con todas las personas de buena voluntad”.
Encara el problema económico desde la perspectiva de la dignidad de la persona: “la tradición cristiana nunca reconoció como absoluto o intocable el derecho a la propiedad privada y subrayó la función social de cualquier forma de propiedad privada (...) esto tiene consecuencias muy concretas que deben reflejarse en el funcionamiento de la sociedad”.
Añade: “El mercado solo no resuelve todo, aunque otra vez nos quieran hacer creer este dogma de fe neoliberal. Se trata de un pensamiento pobre, repetitivo, que propone siempre las mismas recetas frente a cualquier desafío que se presente. El neoliberalismo se reproduce a sí mismo sin más, acudiendo al mágico “derrame” o “goteo” —sin nombrarlo— como único camino para resolver los problemas sociales. No se advierte que el supuesto derrame no resuelve la inequidad, que es fuente de nuevas formas de violencia que amenazan el tejido social. Por una parte, es imperiosa una política económica activa orientada a “promover una economía que favorezca la diversidad productiva y la creatividad empresarial, para que sea posible acrecentar los puestos de trabajo en lugar de reducirlos (...) Por otra parte, sin formas internas de solidaridad y de confianza recíproca, el mercado no puede cumplir plenamente su propia función económica (...) El fin de la historia no fue tal, y las recetas dogmáticas de la teoría económica imperante mostraron no ser infalibles. Tenemos que volver a llevar la dignidad humana al centro y que sobre ese pilar se construyan las estructuras sociales alternativas que necesitamos”.
También habla de pluralidad. “El auténtico diálogo social supone la capacidad de respetar el punto de vista del otro aceptando la posibilidad de que encierre algunas convicciones o intereses legítimos. Desde su identidad, el otro tiene algo para aportar, y es deseable que profundice y exponga su propia posición para que el debate público sea más completo todavía”.
Aquí hay cosas que urgen.