Las relaciones entre Jalisco y el centro no han sido siempre armónicas. Al terminar la guerra de Independencia y después de la caída de Iturbide, los habitantes de la antigua Nueva Galicia les mandaron decir a las autoridades del centro que la región se convertiría en el Estado libre de Xalisco. En otras palabas, les dijimos adiós.
En el Plan de Gobierno de la Diputación Provisional de 1823 se asentó que el Estado de Jalisco “es libre, independiente y soberano dentro de sí mismo”. Y para que les quedará muy claro a los poderosos del centro, se les notificó que Jalisco “no reconocerá relación con los otros Estados distinta de la de hermandad y confederación”.
¿Y qué significaba eso? Pues que la relación entre el centro y la provincia no sería ni de sujeción ni de sometimiento. En este Plan, la Diputación asentó que el Estado tenía derecho a adoptar su propia constitución y a determinar la forma en que se relacionaría con los demás estados.
Antes que en cualquier otro lugar de México, aquí quedó establecido que éramos libres e independientes.
Esta postura firme, junta a la de otros estados, fue lo que sentó las bases del federalismo mexicano.
Los tapatíos de entonces consideraban que la Independencia había expulsado al primer tirano y que era hora de oponerse al segundo tirano, el Congreso centralista. Los criollos de la época en un arranque de orgullo manifestaron “que tome México el partido que más le acomode, pero si insiste en querer sostener un derecho de dominación universal sobre las provincias, sepa desde ahora que el Estado Libre de Xalisco… renovará con ventajas los tiempos heroicos de la república de Tlascala”. (Ande, pues)
En 1823 el conflicto terminó en una intervención armada por parte del centro y como castigo nos despojaron de la región de Colima.
¿Por qué le cuento esto? Pues porque esta semana el centro de la discusión pública lo ocupó la intención del presidente electo López Obrador de enviar a Jalisco a un superdelegado y la respuesta contundente de Enrique Alfaro rechazando la medida.
Alfaro tiene razón cuando alude al pacto federal para deslegitimar la decisión. La designación de un delegado del presidente con atribuciones administrativas y con el poder de repartir el dinero se opone al espíritu federalista.
Jalisco es, según las estadísticas, el segundo o tercer estado en las tablas que muestran el poder económico. Esta situación no es cualquier cosa, pues nos coloca automáticamente en una especie de liderazgo de las provincias.
La disputa entre López Obrador y Enrique Alfaro tiene ahora dos vertientes que ameritan ser analizadas.
La primera de ellas es el cambio del actual presidente ante las críticas. En la fase final de la campaña López Obrador ignoraba cualquier cuestionamiento, en los debates televisados se escondió muchas veces detrás de su consigna de “amor y paz”.
Pero, ahora está dispuesto a responder personalmente a cualquier cuestionamiento, teniendo como trasfondo una escalera que ya se ha vuelto paradigmática. Salió a defender incluso el indefendible nombramiento de Bartlett al frente de la Comisión Federal de Electricidad.
A la defensa que hizo Alfaro del pacto federal, López Obrador contestó que anteriormente los gobernadores se entendían con los numerosos delegados, y que ahora solamente se tendrán que arreglar con uno. Lo que no respondió fue al cuestionamiento de que el nombramiento en Jalisco, recayó en el candidato de Morena que perdió la elección ante Enrique Alfaro.
Esto hace que el nombramiento del súper delegado convierta la situación en una especie de cuadrilátero político con dos púgiles.
Pero la segunda vertiente de esta situación tiene mayores consecuencias en el panorama político. Esa semana Notivox Televisión transmitió en su horario estelar una entrevista de su conductor estrella Carlos Puig con Enrique Alfaro.
Toda la entrevista apuntó a una cuestión sustancial, vislumbrada por Puig. Ante un gobierno que parece no tener contrapesos en las cámaras parlamentarias, los gobernadores de oposición, es decir que no pertenecen a Morena, asumen un papel importante en el juego del poder y el contrapoder.
No hay ningún gobernador a la vista, que tenga la presencia y la capacidad política de Alfaro. Su personalidad, junto con la importancia que tiene el estado, lo posicionan como el líder de la oposición en todo el país.
Este rol se ve fortalecido por el hecho de que Alfaro no pertenece ni al PRI ni al PAN, lo que le puede acarrear apoyos de gobernadores de distinta procedencia que coindicen con sus planteamientos.
Por cierto, esa tendencia de algunos comentaristas políticos de llamar al presidente electo Andrés Manuel resulta ya francamente inapropiada. Seguramente el carácter afable del presidente propicia una cercanía que se refleja en la manera de llamarlo. Pero yo aún creo que los cargos implican alguna forma de dignidad, y que nombrar al presidente por su sólo nombre es colocarlo en el nivel de los personajes de las telenovelas (Oye, José Rodrigo ¿ya desayunaste? Héctor Alberto ¿ya le diste de comer al perro?).