La carrera de Rafael Márquez provocó que las nuevas generaciones de aficionados y jugadores pusieran mayor atención en la formalidad del defensor, que en la espectacularidad del atacante. Si Hugo Sánchez fijó el rumbo del futbolista mexicano, Rafael Márquez lo apuntaló. Años después del éxito del delantero, surgió un espigado, elegante y recio zaguero, que ayudó a redefinir el concepto que México tenía del juego. Con Márquez se aprendió a valorar el aseo en la salida, la corrección en la entrega, la puntualidad en la marca, la educación en la zona, la precisión en el disparo y la fortaleza en el juego aéreo. A partir del eje central, el futbol mexicano empezó a llamar la atención por la pulcritud de sus defensores y su especial conexión con el ataque. Después de mucho tiempo, se había encontrado un estilo que proponía algo más que la clásica picardía mexicana. La selección de La Volpe, encarnada en la estratégica figura del capitán, consiguió que jugar se festejara tanto como anotar. Gran parte de esa nueva identidad se debe a la contagiosa personalidad de Márquez: para defender, se necesitaba razonar antes que meter la pierna. México, que siempre salía derrotado en el cuerpo a cuerpo, encontró en la formación de sus defensores un recurso de amparo: nunca más volvería a jugar al choque. Desde su posición en el Barça, que le autorizaba para imponer las reglas con el balón, supo encabezar un movimiento que impulsó a más jugadores mexicanos a buscar un sitio en el exterior: ahora México también exportaba defensores. El legado de Rafael Márquez no debe juzgarse por títulos, años o Copas Mundiales, ésta, es una contabilidad muy básica; su verdadero legado está en contar cómo un zaguero, promovió el cambio en nuestro estilo de juego.
Rafael Márquez: el eje central
- Cartas oceánicas
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José Ramón Fernández Gutiérrez de Quevedo
México /