Denominación de origen
Sevilla y Betis, dos clubes con profunda raíz andaluza que hacen temblar su tierra, son una de las mejores combinaciones que tiene el futbol para explicar el fenómeno de la territorialidad, la originalidad y el arraigo. Ambos equipos viajaron a México para jugar su mítico clásico sevillano en la futbolera Guadalajara, seducidos por un mercado que representa una oportunidad para atraer seguidores, incrementar audiencias, vincularse con nuevos patrocinadores, ampliar el alcance de sus marcas y cobrar unos dólares. El resultado fue atroz: un espectáculo soso, espeso y artificial que demerita la versión auténtica del producto; fuera de Sevilla, este partido pierde la denominación de origen.
Cambio de modelo
Desde la pandemia el deporte ha sido amenazado por oportunistas virtuales que buscan a conveniencia un cambio de modelo: primero le dijeron que si no se unía a los “e-sports” perdería seguidores, que si no utilizaba bitcoins perdería dinero, que si no vendía tokens perdería una oportunidad, que si no se subía al metaverso perdería el futuro y que si no se manejaba con inteligencia artificial, perdería el rumbo; todo esto en un lapso de 3 años. Ninguna de estas nuevas formas de consumo, servicio o inversión, han representado una ganancia considerable o una pérdida determinante para la mayoría de equipos; lo único que logró cambiar el modelo y llegó para quedarse, fue el streaming.
Haters oficiales
A Messi le perseguirán sus detractores hasta el fin del mundo, no importa si juega en el Polo Norte, en una cancha montada sobre un portaviones en el índico o vence a los extraterrestres, siempre existirá alguien que cuestione su valor. El suyo es un caso extremo de polarización: pocos deportistas en la historia han experimentado tanto odio oficial y constante en todas sus competencias: Ligas, Champions, Mundiales, Copas América y hasta Leagues Cup.