Al terminar el Mundial de México 1986 empiezan a llegar ofertas por algunos seleccionados nacionales, la noticia fue una novedad porque el único futbolista que jugaba y triunfaba en Europa era Hugo Sánchez.
No se esperaba un éxodo de jugadores mexicanos, pero los que se van cumplen con la etiqueta de exportación: Luis Flores va al Sporting de Gijón y después al Valencia y Manuel Negrete al Sporting de Lisboa y después al de Gijón.
En ese paquete se cuela un futbolista inesperado, Javier Aguirre: un mediocampista recio que no destaca por su técnica, ni por su habilidad, es contratado por el Osasuna de Pamplona, un equipo rural que pegaba balonazos contra la neblina.
En la Fecha 11 del campeonato español Aguirre se rompe la pierna y acaba su aventura europea como futbolista. Años después, al terminar el Mundial de Corea-Japón 2002, vuelve como entrenador de Osasuna dejando claro que estaba hecho de otra madera: se convierte en el único entrenador mexicano, hasta la fecha, capaz de dirigir en el futbol europeo.
Durante décadas, hemos escuchado a los entrenadores mexicanos quejarse, y con razón, de la falta de oportunidades y paciencia para dirigir en nuestro país. Pero aunque son muchos y muy buenos, cometen el error de creer que el futbol solo es mexicano, que necesita un intérprete o que se trata de un deporte difícil de explicar, de entender y de jugar.
Es curioso que esta percepción solo exista en el caso del futbol y no en otros sectores donde el intercambio constante de conocimientos y experiencias, enriquecen a compañías, organizaciones y naciones. Esta percepción terminará el día que más entrenadores como Aguirre hagan carrera en el futbol internacional como lo han hecho músicos, ingenieros, médicos, economistas, empresarios, escritores, científicos y una larga lista de profesionistas mexicanos que trabajan en muchas partes del mundo a un nivel extraordinario.