La Champions, título con cualidades galácticas, opaca el premio a la regularidad: las Ligas, títulos domésticos que se encuentran en la rutina de los domingos. Campeón de España invicto, por ahora, y con el nada despreciable accesorio de la Copa, el Barcelona debe presumir ese doblete que lo reivindica como un cuadro más consistente que el Real Madrid. En la última década el Barça ha ganado 7 Ligas y 6 Copas, contra 3 Ligas y 2 Copas del Madrid. Pero la solidez de este argumento puede hacerse añicos si en las próximas semanas, su gran rival consigue levantar su tercer título europeo consecutivo, hazaña que parece venir de otros tiempos. Las Ligas van perdiendo valor para una audiencia que reclama conquistas universales. Cada temporada se busca al mejor equipo del mundo, y por qué no, a un nuevo equipo de época. El terreno local cede metros todos los días frente al espacio internacional, un campo de juego que no está definido por fronteras y en el que los grandes Clubes encuentran su mayor riqueza: los fanáticos digitales son el nuevo oro del futbol mundial. La lucha por adherir seguidores alrededor del mundo tiene en la Champions su principal eje de expansión. No hay otro título en todo el horizonte futbolístico que garantice semejante difusión. Y si a esta palanca de desarrollo le agregamos componentes históricos, como la identidad que da sabor, las leyendas que apellidan a los años, y los antiguos trofeos que galvanizan el pasado; entonces el resultado es arrasador. Si otra Champions de Liverpool, con todo su linaje a hombros, puede valer más que un cuarto de siglo en Inglaterra, tiempo que lleva sin ganar la Liga; imaginemos el resplandor que causará un triplete de Champions, que en dos partidos buscará el Real Madrid.