Con treinta años y una hoja de servicios impecable, Raúl Jiménez ha empezado otra carrera: además de futbolista, es un líder espiritual.
Su lesión, un accidente que puso en riesgo algo más que una carrera, marca la figura de un jugador con una mentalidad de acero: Jiménez, es, de pies a cabeza, un ejemplo de superación. Envuelto en ese protector que le acompaña cada vez que pisa un campo, continúa luchando cada jugada con la valentía de un hombre acostumbrado al sacrificio y la adversidad. Cualquier otro habría claudicado, no él; rematador implacable al que un golpe detuvo en seco cuando mejor jugaba.
Su último gol, el primero después de casi un año de recuperación y preparación, fue probablemente el más importante de su vida: representa el esfuerzo de una atleta que, compitiendo por todo, tuvo que reiniciar.
Serán los próximos años, esperando vengan muchos, los que nos enseñarán la verdadera grandeza de este delantero. Esa experiencia de vida aplicada al deporte de alto rendimiento, no es fácil de encontrar. La vuelta es dura, el tiempo apremia y las circunstancias no son las ideales; jugar con casco condiciona muchas cosas: se requiere una enorme entereza para ir al frente con el mismo ímpetu de antes.
Por eso, verlo atacar, rematar, saltar y apretar bajo estas circunstancias, es un poema. Hay quien dice que no será igual, para mí está claro: será mejor. Porque tener un compañero con esa bravura para seguir adelante, contagia a su equipo y genera un enorme respeto en el rival. Aún falta tiempo para disfrutar del futbol de Jiménez en plenitud, merece paciencia, de lo que nadie debe tener duda, es que su corazón y su cabeza están más fuertes que nunca.
Si era un honor para el futbol mexicano tener un jugador como él, ahora también es un honor para el futbol mundial. Historias como la de Jiménez nos ayudan a recordar que este juego sigue siendo un deporte ejemplar.
José Ramón Fernández Gutiérrez de Quevedo