La publicación de un primer libro siempre será una experiencia inolvidable. Lo que pudo tomar varios meses o quizás uno o más años, por fin sale de las entrañas de la imprenta oloroso a tinta fresca y listo para ser leído. Este es el caso de un joven llamado Jorge Luis Borges que en 1923 publicó Fervor de Buenos Aires, texto de poesía, que le significó felicidad, pero también incertidumbre por no saber lo que el destino podía depararle.
Apenas dos años atrás el escritor había regresado a la Argentina, y el panorama de Buenos Aires lo encontró diferente. La fisonomía de la capital empezaba a cambiar, a dejar de ser provinciana, adaptándose a la modernidad, y sobre todo volviéndose cosmopolita. Pero además, su hermana la pintora Norah le hacía ver que las casas eran bajas con azoteas y que había muchos zaguanes, algo que le sirvió de inspiración.
En su edición canóniga Fervor de Buenos Aires comprende 46 poemas distribuidos en 64 páginas. La portada fue ilustrada por Norah, mientras que el pago de los 300 ejemplares corrieron a cargo del padre del escritor. Un trabajo en familia que vendría quedando para la historia.
Desde su aparición las opiniones de los críticos han sido divididas: para una minoría se ve plasmado el estilo que acompañará la obra poética del ilustre bonaerense, mientras que para el resto solo son destellos y aciertos de un aprendiz de poeta.
Pero ¿qué sucede con los que somos simples lectores de poesía? ¿Con los que admiramos la obra de Borges? Pues también tenemos una opinión y una perspectiva distinta para ese joven que se atrevió a publicar esos poemas porque materializaba su vocación de escritor.
Es falso que haya destellos; más bien existe luminosidad en todo el libro. Por ejemplo en una calzada cualquiera: “Penumbra de la Paloma llamaron los hebreos a la iniciación de la tarde / cuando la sombra no entorpece los pasos y la venida de la noche se advierte” (Calle desconocida) O el canto a un sector de Buenos Aries: “El arrabal es el reflejo de nuestro tedio / mis pasos claudicaron cuando iban a pisar el horizonte / y quedé entre las casas cuadriculadas de manzanas” (Arrabal)
El amor no es un tema ajeno, y están unos versos dedicados a una misteriosa C.G., y que más tarde se supo era Concepción Guerrero, la hermosa muchacha de largas trenzas de quien se dice la madre de Borges no quería para su hijo: “Está en ti la ventana como la primavera en la hoja nueva / Yo casi no soy nadie / soy tan solo ese anhelo (…) Sobrevive a la tarde la blancura gloriosa de tu carne / En nuestro amor hay una pena que se parece al alma” (Sábados)
En su momento Borges regaló todos los ejemplares. Jamás imaginó que algún día uno solo de ellos estaría valuado hasta en cinco mil dólares. Fervor de Buenos Aries cumple un siglo, y se debe leer o volver a leerse. Por fortuna puede adquirirse a precios bajísimos, o encontrar gratis en: https://www.derechopenalenlared.com/libros/fervor-bsas-borges.pdf