Existen autores literarios que publican más de un libro cada año, lo cual no es garantía de éxito pero sí de capacidad prolífica, disciplina y tiempo. Sobre todo los últimos dos factores que son necesarios para desarrollar una carrera como escritor. En otras palabras: se escribe una obra y se publica, con la intención de que llegue al mayor número de lectores, porque ese es el objetivo principal.
Aunque también se dan casos de escritores que meditan sus proyectos, no llevan prisa, y pueden pasar mucho tiempo antes de que decidan sentarse a escribir. Esa trama necesita madurarse primero en la mente, seleccionando con paciencia los personajes, el paisaje, la época, así como el tono, el color, y todo lo que se tiene intenciones de pintar a través de las palabras. Palabras que pueden ser poéticas, realistas, o una combinación de ambas. Una tarea densa, que bien vale la pena.
Algo así es como Hissam Abdala Majamad, quien durante casi cincuenta años fue amasando y mezclando recuerdos, anécdotas, sueños y cuentos. Hasta que un día decidió escribir El Cedro y la Flor. Un libro que es más que una novela, es el homenaje de amor de un hijo a su padre.
Estamos en 1910, y Hassan es un muchacho de diecisiete años que con la ayuda de su padre huye de Chebaa, —su pueblo natal—, hacia Beirut, con la intención de evitar la leva por parte del ejército turco. El señor Abdallah se ha empeñado en enviarlo a América para que nunca forme parte de los invasores. Solo que viajar en barco no es fácil ni tampoco barato, pero eso no impedirá que después de muchas vicisitudes él logre embarcarse y tras una larga travesía llegue al puerto de Veracruz.
En tierras extrañas, Hassan es un inmigrante, desconoce la lengua y las costumbres de ese país llamado México. Está lejos de su patria, de los suyos. En su mente debe aparecer un viejo proverbio árabe: El exilio con riqueza es una patria, y la patria con pobreza es un exilio.
Cada página de esta novela es una revelación, un misterio por resolver, una aventura que se prolonga por varias décadas, dejándonos el aprendizaje de tradiciones y palabras árabes, pero también ejemplos de bondad, alianza entre amigos y familiares. De la mano de Hassam Abdala Majamad nos adentramos en lugares exóticos, incluso mágicos, pero también descubrimos sendas que desembocan en espacios y momentos tristes, oscuros y desolados.
Todo este conjunto de experiencias forman parte de la promesa de un hijo que supo cumplir a través de las letras las memorias de su padre, cuando lo consideró justo, cuando sintió que había llegado el momento de plasmar a través de la ficción literaria esa Historia, embellecida con delicados aromas del Líbano y un toque de luz mexicana.