El cartujo pasa la noche en la biblioteca del monasterio, leyendo libros prohibidos, historias antiguas de mujeres mal portadas, desdeñosas de los llamados a la mansedumbre y al silencio. Piensa si ellas pintarían en las paredes de Palacio Nacional frases contundentes contra la violencia y los feminicidios, si cuestionarían el desdén —o el “olvido”— del poder ante sus protestas, si tomarían las calles para gritar sus deseos de una vida en paz, si gritarían aún más fuerte con su ausencia, tan grande como llena de significados, tan poderosa como para remover las conciencias en un país donde los derechos de las mujeres son atropellados cotidianamente en espacios públicos y privados.
Las luchas de las mujeres en México, como en todo el mundo, han sido numerosas y diversas, arduas y constantes. Ahora luchan por el derecho a la vida y a la integridad física, a favor de la equidad y contra el acoso en todos los ámbitos, antes lo hicieron por cuestiones tan elementales como vestirse y cortarse el cabello como les diera la gana.
Las pelonas
En el segundo volumen de Cine y sociedad en México, 1896-1930 (Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM, 1993), la monumental investigación de Aurelio de los Reyes, se consigna cómo hace 100 años, alentada por el cine estadunidense, se impuso la moda femenina de faldas y cabellos cortos. En el Vaticano, el papa Benedicto XV censuró el “descaro” de las mujeres modernas y en nuestro país el arzobispo José Mora y del Río “promulgó una circular para indicar cómo debían presentarse en la iglesia”. La mayoría, desafiante, ignoró sus llamados, ante la desesperación y enojo de los defensores de la moral y las buenas costumbres, siempre empeñados en hacernos a su imagen y semejanza. En un artículo publicado en la revista católica Acción y Fe, citado por De los Reyes, el anónimo autor escribe contrariado: “Hoy, todo ha cambiado, ya casi no se ve en las calles y reuniones a la señorita ni a la dama cubiertas como Dios manda, con todo decoro y sin pinturas antiartísticas, y ya ni siquiera se complace el oído con el cristiano decir de la dama pulcra y educada, sino que, por el contrario, por donde quiera y aun en el templo mismo, se siente náusea de la desnudez femenil”.
Esas mujeres eran vistas con recelo, reprendidas en los hogares “decentes”, acosadas en la calle. El país vivía aún la efervescencia de la Revolución y el machismo justificaba las agresiones contra ellas. Pero, como en nuestros días, hubo hombres de su lado, solidarios con sus decisiones y sus gustos.
De los Reyes cuenta cómo la moda flapper hizo a muchas mujeres despojarse de sus largas cabelleras, entre ellas varias estudiantes de la Escuela de Medicina. Uno de sus compañeros, indignado, publicó en El Universal una carta contra ellas, otros fueron más lejos: capturaron a una de las muchachas, la inmovilizaron y raparon completamente.
“La agresión —dice el autor de Medio siglo de cine mexicano— multiplicó de un día para otro el número de ‘claudinas’ (por aquello del emperador Claudio) que se paseaban por las calles céntricas de la Ciudad de México, en grupos pintorescos”, retadoras, dispuestas a defender su derecho a disponer libremente de sus cabelleras, de sus cuerpos.
El cobarde ataque, como sucede en estos días de agobio, causó indignación también entre los hombres. De los Reyes recuerda algunos letreros en los camiones, escritos a partir del lamentable hecho: “Aquí se protege a las pelonas”, “Pelonas: les damos garantías”, “Suban, peloncitas”… Un cobrador —dice el investigador del IEE— gritaba por toda la ruta: “¡Arriba las pelonas! ¡Les cobramos la mitad!”
Alumnos de aviación y del Colegio Militar retaron a los agresores de la Escuela de Medicina a duelo, conjurado de último momento por las autoridades escolares, mientras otros estudiantes “formaron valla a la entrada y a la salida de las escuelas Corregidora de Querétaro, Miguel Lerdo de Tejada, Enseñanza Doméstica, Artes y Oficios para Mujeres y Gabriela Mistral para protegerlas de la violencia”. La policía, los familiares y la opinión pública en general se volcó a favor de “las pelonas”, dignas predecesoras de quienes después han reclamado el derecho al voto, al aborto, a la equidad… a la vida.
La utopía
Las mujeres han recorrido un largo camino en la reivindicación de sus derechos. Han sido valientes, en todos los ámbitos; lo fueron las primeras en los 60 del siglo XX en usas minifaldas o arrumbar los brasieres, sin importarles o soportando las frases procaces de muchos hombres o los sermones de los fanáticos de la “decencia”, lo son, desde luego, quienes eligen tomar las calles y quienes en el trabajo, en la escuela, en el hogar y tantos otros lugares exigen equidad y respeto.
En La gran historia del feminismo. De la antigüedad a nuestros días (La esfera de los libros, 2020), Séverine Auffret escribe: “Mujeres que se visten o desnudan a voluntad sin obedecer a ninguna imposición política o religiosa, que van y vienen por las rutas y calles, que son con total legalidad solteras, casadas, viudas o divorciadas, heterosexuales, homosexuales, bisexuales o transgénero, madres o no, instruidas en todas las formas de la cultura, que disponen de un ingreso igual al de los varones en todos los niveles de empleo, que practican una sexualidad libre y protegida de los riesgos de embarazos no deseados, que acceden a puestos de responsabilidad social y política: esa sería la utopía del feminismo”. Por eso luchan las mujeres hoy en México, para hacer posible esa utopía.
Queridos cinco lectores, con el corazón de color morado, El Santo Oficio los colma de bendiciones. El Señor esté con ustedes. Amén.