Es queja recurrente de constructores que “ya no hay albañiles”, o, de menos, no tan buenos como los de antes. Muchos de ellos, ya mayores, cerca de dejar un oficio que no heredaron a sus hijos. Surgieron nuevas oportunidades, “otras opciones”, o quizá, a los muchachos ya no les interesa aprender el oficio de sus padres y abuelos.
Albañilería, oficio duro, para gente recia, comprometida, y muy competente, que se aprende en años. Sin su correcto trabajo, nuestras casas se vendrían abajo, o, simplemente, no las tendríamos. Profesión, mejor llamarle así, que debe ser bien remunerada. Hace tiempo, como juego, hice una encuesta entre arquitectos que detallaré en otro momento, la conclusión de los propios colegas fue que los albañiles deberían ganar más que nosotros.
Los ayudantes o “peones” fueron los primeros en desaparecer. Hoy, son los maestros albañiles quienes emigran a Estados Unidos, se vuelven obreros en fábricas, o qué sé yo. Como contraparte, los constructores son reticentes a que las casas tengan “demasiada” albañilería, y buscan sistemas constructivos alternativos.
El privilegio, en nuestro medio, de tener casas sólidas, durables, en albañilería de buena ley, no tiene comparación con las efímeras casas prefabricadas con materiales ligeros del “primer mundo”. Las nuestras, artesanales, a la medida de nuestras necesidades y posibilidades, valen la pena, como para aspirar a que esta profesión perviva.
Los numerosos migrantes centroamericanos y de otros países que buscan trabajo y una vida mejor, me hacen pensar si sería muy descabellado que algunos, o muchos de ellos, los que quisieran, aprendieran el oficio. Quizá, el no haberla practicado desde jóvenes pueda no llevarlos a ser los mejores, pero de menos, hacerlos competentes, dándoles una opción para vivir.
¿Será factible formar escuelas de albañilería, como las de cualquier otra profesión? No con pago de colegiatura, ¿de dónde?, sino escuelas en la práctica, en la obra misma, que comiencen con las tareas más sencillas y un ingreso módico, pero suficiente para vivir, que se incremente conforme al aprendizaje de los futuros albañiles. ¿Quién las organizaría, cómo y dónde?, eso no lo sé. Quizá en los colegios profesionales, si el tema les interesara, pudiera dilucidarse algo. Para que la profesión se reactive y se vuelva posible otra vez.