En estos días grises y fríos, que han secuestrado a la Ciudad de México como intentando desaparecerla —y quizá eso es lo que debiera haber ocurrido, para que el ciudadanaje se pusiera a fundarla de nuevo, pero en modo mejor, desde luego—, se ha quebrado el proyecto, ¿o la quimera?, del llamado "Corredor Cultural" de la avenida Chapultepec.
Avenida es una palabra que se ajusta bastante a cualquiera de las tres acepciones que ofrece el Pequeño Diccionario Larousse, a saber: I. Avenida. Calle ancha, generalmente con árboles a los lados. (Y eso ha sido, quizá bellamente, la tal avenida, aunque últimamente se la veía muy deteriorada, con árboles cada vez más enfermos de esmog.)
II. Avenida. Crecida impetuosa del caudal de un curso fluvial. (Y caudalosa sí ha sido esa dizque arteria citadina, pero no del curso de aguas que fluían por el inicial acueducto, sino de la apretazón de vehículos que, runflantes, humeantes, gasificantes, en ella tratan de escapar de la total inmovilidad.)
III. Avenida. Afluencia de varias personas o cosas a un lugar. (Es decir: el torrente de ciudadanaje que debe obligadamente pasar por tal callezota, con varios motivos entre los cuales no está precisamente el gusto de meramente pasear.)
Y he aquí que cuando el Gobierno y la Iniciativa (que van con iniciales mayúsculas porque... honor a quien honor merece) iban a convertir el desastre de la avenida Chapultepec en una vía paradisíaca y deliciosamente paseable, o sea el tal Corredor Cultural (una especie de pequeña Babilonia florida y decente, con delicias culturales, paisajísticas y culturales), el asunto no convenció al ciudadanaje de la zona, el cual, sospechando que tras el honroso adjetivo cultural acechaba otro menos ilustre: comercial, y que eso significaría una apropiación de la avenida por los mercaderes para convertirla en un gran plurialmacén, votó sobre el sueño o proyecto... y lo botó al cesto. Y...
La verdad sea dicha: el cronista, después de ver las tan bonitas maquetas del anulado corredor Chapultepec, se pregunta si estuvo bien la anulación del proyecto ¿o del sueño?
