Política

Militar en la izquierda (II)

  • Cartas de América
  • Militar en la izquierda (II)
  • Jorge Luis Fuentes Carranza

De allá hacia acá es más sencillo comprender el avance de la izquierda mexicana, que ha pasado por episodios complejos en buena medida por la difícil asimilación de los rumbos externos. Lo cual también ocurrió a comienzos del siglo pasado en América Latina, llevando por mecanismos diferentes con resultados igualmente distintos a los diversos partidos políticos que se gestaron en el continente con la sobrevivencia hasta ahora de muy pocos.

Aunque hay esquemas singulares, como es natural, la formación de facciones, liderazgos y peleas por el poder más o menos democráticas o autoritarias llegando al militarismo en casi todo el continente fue lo que permeó la inestabilidad política y social de América del Sur.

En la transición del siglo Cuba vivió su independencia (1895-1898) al tiempo que asentó su estatus de colonia estadounidense a pesar de los servicios del libertador José Martí, quien como herencia práctica e inmediata consiguió que la isla pasara de la subordinación de una colonia decaída a una en ascenso. Pero finalmente dejó un legado intelectual que permeó en la construcción del latinoamericanismo desde la Revolución Cubana (1959), la cual rescató su ideología al tiempo que la irradió por el continente.

Antes y después otros tantos intentaron una revolución armada, lo hizo Sandino en Nicaragua (1925-1933) con éxito parcial por su inocencia frente a Somoza; desde México (1924), Raúl Haya de la Torre imaginó la autonomía continental a través de la unidad y solidaridad partidaria desde el APRA (Alianza Popular Revolucionaria de América) que más tarde consiguió gran influencia en el Perú que lo expulsó por un tiempo, gracias a lo cual, la Revolución Mexicana lo impregnó de socialismo.

Su pensamiento llegó a Venezuela, en donde el hoy Acción Democrática (1924) nació a la sombra de Rómulo Betancourt, quien inspirado en la idea aprista fundó una breve era de estabilidad con sus presidencias (1945-1948 y 1959-1964) que no evitaron el intervencionismo yanqui en el Pacto de Punto Fijo (1958) dejando de lado al Partido Comunista para convenir una “democracia” excluyente de la peligrosidad soviética al orden estadounidense, siempre atento al sur y sus peligros.

Atención con la que impidió que Jorge Eliécer Gaitán fuera presidente de Colombia, nada menos que matándolo (1948), justo al mismo tiempo que en Bogotá se fundaba formalmente el panamericanismo consiguiendo con la OEA una válvula de escape a varios de los problemas continentales haciéndose de la vista gorda a las atrocidades de los dictadores que imponía administrándolos “democráticamente” o por las armas según la necesidad del “orden y la paz”.

Con ello, la Década Infame (1930-1943) de Argentina se repitió durante décadas igual de infames por todos lados. El “Café con leche” (1889-1930) brasileño que había permitido cierta estabilidad mediante la alternancia periódica del poder entre sus dos regiones económicamente más poderosas se vio roto por los Paulistas que sólo consiguieron el ascenso de Getúlio Vargas (1930-1945 y 1951-1954) y entrar al mismo rumbo de militarismo en el poder, hoy y mañana también, que ya había en Argentina.

Chile y Uruguay significaron en esa primera mitad del siglo excepciones al militarismo autoritario estableciendo regímenes de partidos en alternancia casi de reloj. Hasta que el natural avance de la razón con la victoria socialista (1970) llevó a fracturar su continuidad democrática de manera violenta en el país trasandino (1973). Como Castro lo anticipó en su visita a Chile en su acto de despedida (1971), la oposición estaba ganando terreno: “…no estamos completamente seguros que en este singular proceso el pueblo, el pueblo humilde, que es la inmensa mayoría del pueblo, haya estado aprendiendo más rápidamente que los reaccionarios y los antiguos explotadores”. Castro resultó, como en su discurso de 1953, ser buen profeta, esta vez para mal.

Con ello fue reprimido el primer triunfo pacífico que buscó instaurar una estructura política distinta, que desde el voto pretendió marcar la igualdad social pero fue derrotado por la permanente intervención exterior así como para la falta de control de las castas de adentro. Salvador Allende fue víctima de su romanticismo democrático en tiempos de dictaduras e intervencionismos violentos y vulgares.

Mientras, “el gigante dormido podía despertar algún día, derribando de manera violenta e imprevista a los liliputienses que proliferaban sobre su cuerpo” (Torcuato S. Tella, “Historia de los partidos políticos en América Latina”, Buenos Aires, FCE, 2013).

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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