Las buenas ocurrencias pueden convertirse en hechos, ya lo dijo la historia. Pero entre la ocurrencia y el hecho, hay un largo etcétera.
Hace mucho que se le ocurrió ser presidente, e independientemente de si fue su ocurrencia adolescente o hasta infantil, resulta que ésta es necesaria hoy que está maduro.
Ya no pasa por él, pasa por la necesidad a la que han llevado al país. Ellos son los responsables de que sea necesario: duermen hasta muy noche pensando en cuál idiotez cometerán al día siguiente; y temprano, despiertan para ponerla en marcha.
Le tienden la cama. Eso aparentan, es su desesperación.
Y así seguirán: en una espiral de equívocos porque no pueden pensar diferente, aunque el poder les guste tanto, “no les da”.
Sin embargo, son buenos tramposos.
En su gusto por el poder y su necedad de obediencia al dinero, pueden hacer todo.
¿Qué implica eso?
No reparar en gastos, literal. Pueden gastar cinco mil o diez mil, o más. Da igual, no son suyos; y si pierden, pierden muchos más. La campaña más costosa es la que se pierde.
Van a “consolidar” a quien sea su mejor carta: Margarita, Osorio, Anaya o al tío Gamboín. A la hora de la verdad, no importa.
Harán una buleada mediática tan impresionante que dos o tres memes nos harán reír hasta a quienes lo votemos.
Muchas “críticas” a su comportamiento parecerán contundentes, serias, peligrosas.
Algunos de quienes lo acompañen caerán en la trampa del dinero o serán exhibidos por haber caído en ella, hoy o ayer.
Los grupos del poder se van a acuerpar: sindicados charros, televisoras, radiodifusoras, “universidades”, consejos empresariales, liderazgos de distintos campos, burócratas, politólogos de ocasión y estilistas.
Todo eso ya lo vivió. Incluso, ya lo superó. Les ha ganado a todas esas tácticas facilonas y oportunistas.
Contra ellas, ha conseguido 15 millones de votos en dos ocasiones; y en el 2018, va por su mejor tercio. El tercio mayor.
Y para ello, hace falta ganarle a lo que no ha podido antes.
El terreno de en medio en la media: quienes no se identifican por la derecha o la izquierda, a quienes ambas les son indiferentes; pero, son manipulables y votan.
Un voto barato por no implicar su compra directa; y que además, permea en las clases sociales inferiores y con ello se multiplica.
Por eso el voto de la clase media es una de las claves.
Hoy no se tiene. No lo tiene nadie. Está esperando.
Y como no se puede dejar oportunidad a la sensatez ajena (la de ellos, la clase media), se ocupa la propia.
No votan si hay miedo, no votan si les cae mal, no votan si hace frío, calor o lluvia; a menos que se consiga que voten socialmente. Por consigna.
Si son muchos quienes piensan igual, van y votan. Por el mismo.
Y en 2018 no será distinto, irán a votar igualitariamente porque habrá competencia, mucha. Y eso, hace que tomen posturas, las homologuen y voten.
Tampoco es un voto que se gana o pierde en totalidad. Pero si puede perderse o ganarse abrumadoramente.
Y si el norte lo imagina y el centro lo hace, el sur ni lo cuestiona. Así hay que barrer.
Y luego va de regreso: si aquellos y los de aún lado y arriba le entran, entonces me convence.
Si se ganan abrumadoramente el respaldo de la clase media, que además de votar pretende imponer su opinión y luego que su voto se respete. Se gana.
Importarán otros factores a los que los buenos tramposos le apostarán: compra, coacción, tamal, caracol, carrusel, etc. Pero pueden ser rebasados por la ola de votos.
Muchos representantes, sí. Trescientos mil. Pero el fraude es antes, durante y después. Solamente lo evita una ola clase-mediera.
Con el discurso y las correctas herramientas de comunicación es como puede lograrse. Hay que seducir a la clase media y probarle y comprobarle que llevamos razón, no basta con tenerla.
Hace 10 años disputó ese terreno Calderón y con eso le dio para que su fraude resultara.
Si el fraude es inevitable en su totalidad, logremos eso que sí se puede: que nos vote masivamente la clase media.
Margarita, Felipe, Emilio (Gamboa) y quien resulte del PRI como candidato, no como presidente del partido, sólo son buenos tramposos.
No son más que eso.
Y caerán como han caído en otras latitudes los de su género. Porque pasa, contrario a lo que se piense.
Con lo cual México no hará vanguardia mundial, solamente dejará de ser un retraso mundial.
Pero para conseguirlo que hay que pensar, aún a pesar de él, y obvio en su favor; que es el nuestro.
Y eso, es un pendiente mayúsculo, muy complicado pero posible. Pero que se trata de algo sumamente sencillo: cambiar la consigna.