Todavía no comienza la fase 3 de la pandemia y los ataques de ansiedad, la violencia familiar y la claustrofobia comienzan a hacer estragos en los habitantes de la zona metropolitana de Monterrey.
Hay familias enteras que no han dejado salir a sus hijos desde el 17 de marzo y papá y mamá se turnan para salir por víveres o atender los asuntos laborales indispensables.
En casas de profesores y profesionistas el home office se combina con la atención de las tareas educativas de los alumnos en casa, que si bien están en línea con sus profesores, físicamente están en el hogar y exigen atención las 24 horas.
Es cierto que las tragedias no son ajenas para esta sociedad, que ha sobrevivido al embate de varios huracanes, el Gilberto en 1988 y el Alex en el 2010, entre los más memorables por la estela de muertes y de daños, pero esta vez no está preparada para resistir el embate del covid-19, si es que en alguna ciudad sí lo estaban.
La pandemia simula una guerra de baja intensidad y de largo alcance, porque nunca sabremos dónde está acechante el enemigo, mucho menos que lo podemos traer a casa sin darnos cuenta e infectar a toda la familia.
La desesperación del encierro, el escasísimo contacto humano y las medidas sanitarias obligatorias terminan por quebrar al más cuerdo; por más obsesivo-compulsivo que sea en asuntos de limpieza y lavado mecánico de manos, el temor de olvidar algo, como desinfectar el volante del automóvil o el teléfono celular, terminará por matarlo antes de un ataque de ansiedad.
No por nada, la Facultad de Psicología de la Universidad Autónoma de Nuevo León, al igual que muchos colegios y asociaciones de psicólogos, psiquiatras y médicos, han abierto consultas en línea para atender urgencias, tanto de salud física como mental.
Habrá quienes no se infecten de coronavirus pero decidan suicidarse, antes que soportar un encierro que no saben cuándo terminará. Otros probablemente sean asesinados por sus parejas, hartas del encierro, o más bien de la cercanía de una persona que de pronto se volvió extraña y detestable.
Por eso lo mejor es no enfermarse, ni del coronavirus, ni mucho menos de un ataque de nervios. Vayan a saber cuál enfermedad sea más peligrosa para la supervivencia.