“El patriarcado es un juez que nos juzga por nacer, y nuestro castigo es la violencia que no ves”.
Así arranca un himno que ha sacudido a las buenas conciencias del mundo. Esas buenas conciencias que empezaron a resquebrajarse hace dos años, con el destape del “Me Too”. Las chilenas iniciaron con estos versos un tsunami que se ha extendido a diferentes latitudes. Versos que su voz grita y su cuerpo condena, se sincronizan en un performance que al efectuarse algo cambia en quienes lo vemos y escuchamos. El ritmo y el alarido revelan una realidad triste en el mundo, y particularmente dolorosa en América Latina: la violencia machista que aplasta la vida, que arranca a su paso los sueños de mujeres que se convierten en víctimas de una historia de abusos silenciados, de esa violencia que parece algo normalizado, y que la opinión pública ha desestimado porque tiene asuntos “más importantes” que atender.
“Es feminicidio.
Impunidad para mi asesino.
Es la desaparición.
Es la violación.”
El performance se ha viralizado porque algo provoca en las y los espectadores. Quien lo ha podido ver y escuchar no permanece indiferente. ¿Por qué sucede esto? ¿Cuál es la novedad de un hecho rancio que se conoce, se acepta y se calla? La fuerza del arte es precisamente ésa: conmovernos, hacernos parar y volver a mirar, dejarnos pasmados. Y eso sucede con el himno feminista. El performance continúa con la revolución provocada por el “Me Too”, regresar la vergüenza al lugar que corresponde: a la persona que viola, que violenta, que asesina, a los jueces y el sistema de justicia que se cruzan de brazos, a la gente educada que supone que hablar de esto es de mal gusto, a quienes enseñan a las mujeres que de eso no se habla, a nosotras y nosotros lectores de noticias atroces que suponemos que algo de culpa corresponde a las víctimas.
“Y la culpa no era mía, ni dónde estaba ni cómo vestía.
Y la culpa no era mía, ni dónde estaba ni cómo vestía.
Y la culpa no era mía, ni dónde estaba ni cómo vestía.
Y la culpa no era mía, ni dónde estaba ni cómo vestía”
El verso, en su reiteración, condensa siglos de la cultura violenta de la que formamos parte, la cultura del “Así es”. No hay dictadura más destructiva, más dañina que esta frase. Es una frase que mata toda posibilidad de cambio.
“El violador eras tú.
El violador eres tú.
Son los pacos (policías),
los jueces,
el Estado,
el presidente.”
Necesitamos hablar de esto en este suelo mexicano que recibe, en generosa cantidad, la sangre de muchas víctimas de feminicidio. Y los asesinatos van al alza, sin importar el gobierno que mande. De acuerdo con la información que arroja Animal Político, con fuentes de la Sesnp, de enero a septiembre de 2019 han sido asesinadas 2 mil 833 mexicanas.
El Estado no ha logrado proteger a sus mujeres, que solo por el hecho de serlo, peligran si salen a la calle o si se quedan en su casa. Da igual. Para las mujeres mexicanas, el amor es un riesgo mortal, el matrimonio es un riesgo mortal, la calle es un riesgo mortal, el taxi es un riesgo mortal. Esta realidad la expresan los datos que recaban distintas instituciones que trabajan para erradicar la violencia de género. De ahí la fuerza de esta protesta.
“El Estado opresor es un macho violador.
El Estado opresor es un macho violador.
El violador eras tú.
El violador eres tú.”
De acuerdo con Impunidad Cero, en los últimos años, la impunidad se ha extendido en México de manera alarmante. En 2015, tres estados registraban un nivel superior al 91% de impunidad en casos de homicidio doloso; en 2018 la cifra casi ha cuadruplicado, pues son once los estados con una impunidad flagrante, Nuevo León entre ellos. Si retomamos la cifra de mujeres asesinadas de enero a septiembre de este año, y acudimos a los datos que arroja el Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio, solo el 25.6% de los casos ha sido investigado como feminicidio.
¿Por qué molesta el enojo de esas voces que gritan porque de otra manera no son escuchadas?