Cultura

"Rabbit"

  • Columna de Inés Sáenz
  • "Rabbit"
  • Inés Sáenz

Vi al conejo unas horas antes de que fuera subastado. Fue un día de suerte en el que —gracias a la generosidad de un querido amigo— pude entrar a Christie’s a ver los tesoros que los compradores visitaban y observaban, anotando cifras secretas en su cuaderno. A la escultura se le había asignado el espacio más importante. Estaba situada sobre un pedestal, dentro de un cuarto de dimensiones amplias. Un altar blanquísimo, bañado de luz blanca fosforescente. El espacio albo y sinuoso estaba dedicado solo a él, el objeto sagrado, el plato fuerte del evento.

Ver el espectáculo montado para mostrar al conejo me pareció divertido. Confieso que duró más la anticipación que la experiencia, que fueron segundos. No. No había una larga cola apresurada, ni muchedumbre. Simplemente, la pieza no daba para más. El acero brillante no guardaba ningún misterio. No era necesario quebrarse la cabeza, no sentí punzadas en el corazón ni mariposas en el estómago, ni asco, ni nada. Eso: no pasó nada. Me pude ver reflejada en la cara del conejo, en su barriga lisa, en sus extremidades marcadas con algunos pliegues. La experiencia fue interesante, con todo lo abstracto que tiene la palabra. Insulsa. Sin importancia.

Rabbit, el espejeante conejito de Jeff Koons, batió el récord de venta de un artista vivo. Su precio: 91 millones de dólares. Es delirante el ejercicio de convertir la suma en pesos: 1,785,329,755 ¿Quién puede poseer un objeto tan costoso? Solo los multimillonarios tienen acceso a ese trofeo. Más allá de la cifra estratosférica, me inquieta otra cosa… ¿qué interés puede tener una escultura vacía? ¿Por qué atrae tanto su textura de espejo?

Hace unos meses, Akihiko Kondo, un joven japonés, se casó con Hatsune Miku, un dibujo animado de 16 años, un holograma que es cantante pop virtual de mucho éxito en su país. El joven declaró estar muy enamorado de su esposa digital, con quien gozaba de la convivencia tranquila. Otra ventaja de la joven virtual Miku es que no morirá ni envejecerá. Ni podrá ser abrazada, por supuesto.

He querido poner en contigüidad las dos notas porque me maravillan. Las dos historias excéntricas anuncian que hemos entrado a un mundo nuevo que evade la profundidad, la cercanía, las rupturas, la dificultad, el deterioro y la muerte. Un mundo que intenta dejar fuera el diálogo, la discusión, el rechazo, la tristeza, las palabras. Es curioso presenciar esta tendencia, cuando vivimos en un planeta al que le urge compostura, un planeta fuera de equilibrio. El diario británico The Guardian ha decidido actualizar su manual de edición ante la inminente catástrofe ambiental que se avecina: crisis ambiental, emergencia climática, crisis humanitaria son las frases que darán fuerza a la realidad que se vive.

Estas notas abren el signo de interrogación.

Lo pulido, lo liso, lo impecable, son la seña de identidad de nuestra época, nos dice el filósofo Byung Chul-Han. Lo pulido es la superficie de lo igual, un espacio que no tolera ninguna extrañeza, grieta, ninguna alteridad, ninguna negatividad. A diferencia de lo bello natural —que es lleno de imperfecciones– lo pulido se encarna en lo bello digital. En su libro La salvación de lo bello, nos dice Byung Chul-Han que el arte de Jeff Koons ejerce una sacralización de lo banal. El mundo de lo pulido de sus esculturas es el mundo del hedonismo: “un arte de las superficies pulidas e impecables y de efecto inmediato. No ofrece nada qué interpretar, qué descifrar ni qué pensar”.

Mientras se cae el mundo, bienvenidos al estilo de vida del “me gusta”.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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