Cultura

¡Para comerte mejor!

  • Columna de Inés Sáenz
  • ¡Para comerte mejor!
  • Inés Sáenz

Celebro que el Fondo Editorial Nuevo León, dirigido por Carolina Farías, saque a la luz proyectos editoriales que abren puertas al conocimiento, la historia y la imaginación, en concreto, la más reciente novela de Patricia Laurent Kullick, El circo de la soledad; Cuentos furiosos, de Coral Aguirre, y Cuentos con recetas, ¡para comerte mejor!, de Maruja Nahle, con ilustraciones de Pau Masiques. Es de este libro infantil que quiero escribir.

Conozco a Maruja Nahle de larga data y su aspiración de formar lectores críticos y creativos desde la edad temprana. Lo suyo ha sido trabajar con los pequeños para contagiarlos del amor a la lectura. Es su vocación, que declaró el mismo día en que se graduó de la carrera de Letras del Tec de Monterrey. Una vocación que le ha costado energía, frustración, tiempo y esfuerzos de todo tipo. Sus planes han tenido momentos felices y sinsabores que —a pesar del desánimo provocado— no le han impedido sacar adelante su proyecto. Maruja es incansable y es optimista, pues ha elegido una profesión que intenta sembrar en el desierto. Lo increíble es que su pasión ha rendido frutos. Ya hay varias generaciones de jóvenes lectores que fueron niños aprendices en su taller.

He tenido la suerte de ser testigo de sus desvíos y atajos (aunque creo que nada es desvío); más bien, de esos otros caminos que parecían una bifurcación, que no era otra cosa que un ensanche de metas: su etapa de aprendiz de chef; el arduo camino del doctorado, que culminó con una tesis sobre las diferentes versiones de la Caperucita de Perrault. Y —por supuesto— la mancuerna con Pau, y el nacimiento de Eugenia.

Doy fe de esa vida suya, vivida alrededor de tres ejes que se entretejen hoy a través de su libro Cuentos con recetas, ¡para comerte mejor!. La lectura (su apasionada manera de leer y compartir lecturas); los niños (ésos otros en quienes Maruja piensa en todo momento. No dejo de recordar la vasta biblioteca infantil que ha armado, además de generaciones de lectores formados y transformados); y la comida.

Más allá del acto de engullir y digerir, Maruja ha entendido la comida como una disposición para albergar la creatividad y el encuentro. Un espacio donde la imaginación es la invitada de honor. Desde la cocina, o a partir de ella, Maruja ha enseñado a los niños a leer con placer e inteligencia. Desde la lectura los ha enseñado a comer. Y a soñar.

Su libro nos regresa una multiplicidad de voces superpuestas: aquellas de las traductoras, de las cocineras, y –por supuesto la suya propia, pues ella ha sido a la vez traductora y creadora—. Una traductora de la oralidad a la escritura, del español peninsular al español mexicano, y una autora que se reapropió de la materia narrativa de la tradición de cuentos infantiles, para regresárnosla fresca y cotidiana.

A pesar de saberme de memoria los cuentos aquí contados, releerlos me resultó divertido. Me atrapó cada historia, que confrontaba con mi propia versión. Hay cuidado, hay ingenio y hay amor por la palabra en cada una.

Quiero reconocer que el placer de esta lectura sucede también gracias a las ilustraciones de Pau Masiques y sus personajes de trazos definidos y colores brillantes. Unos colores que me remontan al brillo de la niñez y de la fantasía.

Celebro que esto suceda en Monterrey. Es apremiante contar con más aliadas y aliados que desde pequeños se entrenen en la ficción. Ésta desarrolla la capacidad para vislumbrar otros mundos posibles, imaginar que las cosas pueden ser diferentes y nos entrena en el pensamiento conjetural, abierto, dialogante. Y en la compasión.

Posibilitar a los adultos de mañana de un horizonte amplio que les enriquezca la vida y amueble la mente, es tarea difícil pero no imposible. Comparto el optimismo de Maruja y agradezco su vocación de enseñante. Ojalá y esos futuros adultos anhelen,como un gran sueño, ese tipo de bienestar.

Monterrey lo necesita.

Por último, sugiero que no se salten el prólogo, porque es conmovedor.

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