Cultura

El viacrucis que asustó a Trump

Es martes. La resolana achicharra. En la Casa del Peregrino, no muy lejos de la Villa de Guadalupe, acampan integrantes del Viacrucis del Migrante, el mismo que molestó al presidente estadunidense Donald Trump, quien aceleró la presencia de la Guardia Nacional, la construcción del muro en la frontera y disparó tuits. Pero ellos solo quieren sobrevivir, pues huyen de sus países.

Y aquí aguardan poco más de 700 salvadoreños, guatemaltecos y hondureños, la mayoría expulsados por las condiciones de pobreza y la violencia de pandilleros, quienes se adueñan de sus propiedades. Familias con parientes de todas edades se niegan retornar, ya que será como volver al terror. La estancia aquí es un respiro.

El sol irradia en este predio al que arribaron después de emprender el viaje que partió de Tapachula, Chiapas, y pasó por Oaxaca, Veracruz y Puebla; pero esta vez la llamada Caravana del Migrante asustó al inquilino de la Casa Blanca, quien lanzó varios tuits.

“Las caravanas vienen en camino”, alertó Trump el pasado 1 de abril, para luego tacharlas de “peligrosas”, siempre aludiendo en plural, y en otro mensaje pidió al gobierno mexicano frenarlas. “México tiene el poder absoluto de evitar que estas grandes caravanas de personas ingresen a su país”.

El grupo, integrado por adultos, jóvenes, niños y bebés, que había salido de la frontera sur el 25 de marzo, avanzó en automóviles, a pie y en “aventones”. Hizo un alto en Matías Romero, Oaxaca.

Ahí fue cuando supieron de la primera ráfaga de tuits lanzadas desde Washington por el presidente del país más poderoso del mundo, quien había visto por televisión la noticia sobre la marcha.

Los migrantes, representados por el colectivo Pueblo sin Fronteras, no se amilanaron, sino al contrario: la inédita situación los puso en guardia y tomaron precauciones, como afinar estrategias antes de continuar el camino hacia Ciudad de México.

Y entraron a la capital del país, enfilaron a la Basílica de Guadalupe y luego se trasladaron a la Casa del Peregrino, a espaldas del edificio delegacional de Gustavo A. Madero, que serviría de base para realizar una serie de visitas y continuar su travesía hacia la frontera norte.

***

Los integrantes de la caravana son de Guatemala, Honduras, El Salvador y Nicaragua. Los servicios médicos del gobierno local y delegacional, según reporte, atienden a 74 migrantes con infecciones respiratorias.

Una brigada médica les administra vacunas contra la influenza, analgésicos, antihistamínicos y antibióticos. Una ambulancia aguarda para cualquier traslado de emergencia. El lugar cuenta con área de pernocta, sanitarios, comedor, regaderas y estacionamiento.

Las enfermedades más comunes entre los migrantes son diarreicas y de la garganta, dice un médico de la Secretaría de Salud del Gobierno de Ciudad de México, quien observa el ir y venir de hombres, mujeres y niños en esta zona donde miembros del colectivo informan sobre el itinerario.

Hay muchas mujeres. “Todos los de El Salvador, con Josué”, dice una voz. “Los de Honduras, conmigo”, añade Joshua, mientras observa hileras de migrantes.

Aquí anda Joseph, un niño hondureño de seis años, cuya madre, Karen, está en México desde enero. En la fila de El Salvador está Julia, de 26 años, que salió con la caravana desde Tapachula.

“Que el cónsul tenga sus nombres para que se los manden por internet”, dice una voz por allá, en medio del gentío que está inquieto.

—¿Donald Trump tiene miedo?

—No sé, pero nosotros a él, no; a Dios es al único que se le tiene miedo —dice María Magdalena, salvadoreña de 47 años, quien forma parte de una familia de 10 integrantes que también andan aquí.

—¿Por qué no ha regresado a su país?

Y se persigna.

—Ni Dios lo quiera, a mi país no regreso ni aunque me dieran garrotazos —responde esta mujer, quien busca agua para ingerir una pastilla y apaciguar una tos que la martiriza.

—¿Entonces nunca piensa regresar?

—No, porque mi vida y la de mi familia valen mucho. ¿Miedo? Claro que sí. No ando aquí por paseo, sino porque los pandilleros me sacaron de mi vivienda. Nosotros siempre hemos sido unidos, pero los pandilleros secuestraron nuestra vivienda. Nos quitaron todo.

—¿Y la policía?

—Algunos son buenos y otros están con ellos.

—¿Tiene esperanza?

—Que Dios y la virgen de Guadalupe me ayuden para que el gobierno de Estados Unidos nos dé refugio o asilo.

Una de sus hijas anda en silla de ruedas. Tiene 22 años. “Ella nació así”, dice la madre, quien relata que en El Salvador otras familias están en la misma situación.

—¿Siempre había querido ir a Estados Unidos?

—Nunca ha sido esa mi aspiración. Lo hago por la circunstancia.

En la zona de comedores están los hondureños, el mayor número que forma la caravana. Una mujer, integrante de una ONG, trepada en un bloque de cemento, les habla de sus derechos como migrantes.

La escucha Antonio, de 34 años, quien nació en El Salvador, pero salió a los nueve años de edad de su país y se internó en Guatemala. Después llegó a México, donde han deambulado por varios estados.

“En mi país no puedo vivir”, argumenta Antonio, de baja estatura, complexión delgada, tez blanca y ojos claros.

—¿Por qué?

—Por la delincuencia; además, mi familia sufrió las secuelas de la guerra. Desde que era pequeño emigramos a Guatemala, pero en ese país lo ven a uno como mestizo y le preguntan: “¿Y usted de dónde es?”. Yo contesto: “De El Salvador”. Y ellos responden: “Uuuh”. Y empieza la marginación.

Algunos dicen que esta caravana tiene 10 años de salir de Tapachula; otros, que dos, y Antonio dice que cuatro. “Esta vez la caravana se hizo visible; ahora sí nos están escuchando”, añade Antonio. “Este es El Viacrucis del Migrante; se trata de que la gente sepa que sufrimos”.

—Y a seguir.

—Sí, se supone que nuestro destino es Tijuana.

Una misionera escucha la plática. Ella ha hecho trabajo social en Honduras, dice, mientras hace un gesto de enfado cuando habla de que en ese país “las madres abandonan a sus hijos y se van a Estados Unidos”.

Ella recibió una llamada para que auxiliara a una joven hondureña que estaba hospedada en un hotel sobre la autopista a Querétaro, donde la dejó un camionero que la había traído de Chiapas.

La muchacha prepara sus papeles para recibir una identificación de su país y así poder seguir en la caravana. La misionera cristiana está satisfecha de haber cumplido su labor y sonríe un poco fatigada.

Un grupo de mulatos, originarios de la Costa Atlántica de Honduras, sonríe mientras se pasa de brazo en brazo a una bebé con moñito en su mollera. Es hija de José, un mestizo de San Pedro Sula —baja estatura, sonriente—, quien trabajaba de chatarrero en un municipio del Istmo de Tehuantepec.

Asegura que se desplazó para unirse a la caravana, en la que venía su esposa. Tenía 20 días de haber salido de Honduras y logró emplearse. “Estamos a la deriva”, dice y espera que le den refugio en México o “donde sea, pues nuestros países son más inseguros”.

Todas las historias son similares.

***

Durante su estancia en Ciudad de México, el colectivo Pueblo sin Fronteras, con dos años frente a la Caravana del Migrante, sostuvo encuentros con la Comisión de Asuntos Migratorios del Senado, el comisionado del Instituto Nacional de Migración, la Comisión de Ayuda a Refugiados y el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados.

Este viernes continuaron con su Viacrucis del Migrante. Pernoctaron en Tultitlán, Estado de México, con 550 integrantes.

El destino final será Tijuana, Baja California, ciudad a la que quizá lleguen alrededor de 300 personas, calcula el mexicano Rodrigo Abeja, uno de los representantes de Pueblo sin Fronteras, también formado por un salvadoreño y un estadunidense.

Paralelo a su viaje van empleados del Grupo Beta y de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos. En forma discreta, asimismo, son escoltados por agentes de Migración.

La idea, dice, es subir en trenes que tengan de tres a cinco máquinas. Del municipio mexiquense treparon al que va a Celaya, Guanajuato, y de ahí a Guadalajara, Jalisco, y así, hasta llegar el miércoles 25 a Mexicali, para trasladarse a Tijuana, donde los espera el padre José María.

“La posición de nosotros no es reclamar lo que no existe, solo nos apegamos a lo que establece el derecho de asilo”, comenta por teléfono Rodrigo Abeja, quien dice que en Puebla recibieron talleres por parte de expertos en Derecho Internacional, uno originario de San Francisco, California, y otro de Atlanta.

Es el viacrucis que hizo visible Trump.

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Humberto Ríos Navarrete
  • Humberto Ríos Navarrete
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