Ahora que México vive en una especie de interregno, en que nos preparamos para el nuevo gobierno, vale la pena reflexionar sobre los desafíos que tenemos enfrente. Es importante porque tenemos una nueva oportunidad como nación. La salida del PRI a manos de Morena va a provocar una especie de deshielo, por lo menos temporal, que abrirá la ocasión para intentar algunas transformaciones positivas. Pero también puede ocurrir que vengan restauraciones de un pasado que creíamos superado. La clave es no confundir los actos de los políticos, ni su lenguaje, con cosas que no lo son.
Quiero, por ahora, regresar al tema del populismo porque, como bien se sabe, es parte del contexto político que en nuestros días prevalece en muchas partes del mundo. Los populismos pueden ser de cualquier ideología --izquierda o derecha, conservadores o “progresistas”-- pero se distinguen por ser estilos de gobernar en los que el líder se asume como el intérprete privilegiado de la voluntad popular, el que distingue los amigos y los enemigos del régimen, y el que dicta órdenes sin estorbo de leyes o procedimientos institucionales.
El líder populista dice: Sí, así está escrito por la ley o la costumbre, así está determinado por la tradición, pero yo tengo la prerrogativa de cambiarlo todo, puedo ser el origen de una nueva ley o de una decisión que revoque lo que las generaciones anteriores establecieron; tengo el carisma para ello: la gente cree en mi extraordinaria capacidad de hacer que las cosas cambien con arreglo al interés del pueblo.
Se trata, pues, de un modo inmoderado de ejercer el poder. Mejor dicho, es una forma de autoritarismo que se justifica con la idea de que un líder de estas características realmente representa la voluntad popular y por ello puede hacer lo que le plazca. Después de todo, en una democracia la soberanía reside en el pueblo; luego entonces, aquel que encarna la voluntad del pueblo, encarna también su soberanía y se hace uno con ésta: lo que él haga será lo que quiere el pueblo. Por consiguiente, no hay manera de oponérsele sin ser acusado de antidemocrático o enemigo del pueblo. Ocurre algo parecido cuando alguien se arroga el derecho de representar a Dios y conocer sus designios: ay de aquel que ose contradecir al iluminado porque se enfrenta al mismísimo Dios.
Pero el tema no es tan sencillo porque es una ficción la idea de un pueblo puro, sin fisuras ni divisiones, y que, como un solo hombre, sabe lo que quiere y lo que le conviene. Y más ficción es, todavía, la pretensión de que un líder sea el auténtico traductor de las pulsiones, los ánimos y los deseos populares. ¿Cuál es el procedimiento válido para conocer el sentido de la voluntad popular? ¿Mediante una consulta, una encuesta, un referéndum?
Se dirá que aun si se reconoce que la sociedad, o el pueblo, está compuesta de individuos, y que incluso si se acepta que los individuos suelen tener preferencias y puntos de vista contrapuestos, de todas maneras existe algo así como Él interés público, o Él interés general. ¿En qué podría consistir este interés general o público? En aquello que propicia que la mayoría de los individuos otorguen su acuerdo al contenido de políticas públicas cuyo valor merece una aceptación universal (dadas ciertas condiciones de razonamiento para identificarlo). Por ejemplo, la política que persigue proteger el medio ambiente, o la política que busca garantizar niveles mínimos de bienestar y seguridad a los adultos mayores.
Esto es cierto. Creo que sí es posible construir tal cosa como un acuerdo alrededor de ciertos contenidos de políticas y de ciertas decisiones que se pretendan tomar. Y es relativamente más fácil mientras más general sea el valor, el propósito o la meta social que se quiera lograr. Pero tampoco resulta sencillo. Las dificultades surgen apenas se analizan con cierto detalle las implicaciones de tal o cual decisión. Sobre todo, cuando se consideran los medios para lograr los propósitos que se buscan. Por ejemplo, pocos, o tal vez nadie, estarían en desacuerdo con la meta de resolver los problemas de agua de Jalisco, ¿pero cuántos darían su consentimiento a la propuesta de construir una presa en Temacapulín como medida concreta?
Muchas veces las decisiones alineadas con el interés público afectan a sujetos poderosos y con capacidad de influir en legisladores o representantes de los poderes ejecutivos. Y, claro, normalmente éstos utilizan el poder y la influencia a su alcance para tratar de revertir una acción gubernamental que les afecta.
La moraleja de todo esto es que la única salida frente al riesgo del populismo o de la imposición de intereses excluyentes, que no toman en cuenta el verdadero interés general, radica en la discusión abierta y razonable de los problemas públicos. Pensar más de manera inteligente y menos de manera utópica. Desconfiar de las salidas fáciles y pensar sobre las implicaciones de las decisiones que vayamos a tomar.