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Lo religioso es algo de lo que no se puede huir

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  • Héctor Raúl Solís Gadea

Lo religioso es algo de lo que no se puede huir sino a costa de cerrar una puerta vital. El asunto está allí, como si esperara a que pasen las distracciones de los días comunes, para volvérsenos a presentar. A muchas personas, la religión --en su sentido esencial, es decir, más allá de los rituales que conlleva-- se les revela como un aspecto fundamental de la vida del que tienen que hacerse cargo algún día.

No me siento calificado para hablar de un tema tan difícil. Muy lejos está de mí el pretender alguna certeza digna de ser transmitida. También me es ajeno algún sentido de fortaleza en la fe o de confianza en que existe tal cosa como la salvación y un camino cierto para alcanzarla; no sé exactamente qué quiere decir salvarse y tampoco --tamaño problema-- qué significa creer en Dios.

No me siento interiormente ateo, y mucho menos con la autoridad como para decir que Dios no existe o que las experiencias religiosas, de contacto con algo divino y que trasciende lo humano, constituyen una falsedad o una superchería. Pero no he tenido esta clase de experiencias de manera suficiente y adecuadamente formativa. Y si las he tenido, han sido sólo destellos en ocasiones en que llegan, me impactan, y luego se desvanecen en el trajín de las preocupaciones y los vicios de cada día.

Tampoco es que le dedique al cultivo de los sentimientos religiosos un tiempo de mi vida suficiente y consistente. Soy producto de las deformaciones de la época: a mi mente la rigen más la razón “científica” y la razón “estratégica” que los problemas teológicos. Asumo que al mundo lo mueven más el interés por el dinero y el poder, la fuerza, la astucia y la audacia, y mucho menos la fe, la misericordia, el amor y la bondad. Anticipar las reacciones de los demás a las propias decisiones me resulta un requisito de sobrevivencia; algo más importante que considerar cómo agradar a Dios con tal o cuál decisión.

Quizás los lectores se pregunten, entonces, ¿dónde se sitúa el autor de estas líneas? ¿Por qué se atreve a comentar acerca de lo que no sabe ni puede llegar a saber? No cree ni tiene fe con suficiencia, pero tampoco descree absolutamente ni niega que lo auténticamente religioso exista. No se siente conocedor del sentido específico de creer en Dios. Menos tiene claro cómo vislumbrar sus designios y cómo saber que hay un plan divino para cada quien del que se desprenda un significado coherente para su vida y en el que todos sus actos encajen como en un rompecabezas maravilloso.

Escribo estos pensamientos porque creo --quizás como acto de fe-- que a más de un lector les pueden resultar interesantes. Al fin y al cabo, a mí también como a muchos, tarde o temprano, me llegará la hora de vérmelas con esta clase de asuntos.

Existe una clase de problemas de los que no podemos escapar y para los que ni la ciencia ni la filosofía estrictamente racional nos ofrecen las respuestas que buscamos. Incluso el arte, con toda su profundidad y riqueza de perspectivas, tampoco termina de colmar ese aspecto particular de nuestras necesidades espirituales para los que, tal vez, la experiencia religiosa constituya un camino posible.

Son los problemas que definen el sentido último de la condición humana: ¿quién soy?, ¿a qué vine a este mundo?, ¿qué significa todo lo que me rodea?, ¿por qué existen el sufrimiento y la muerte?, ¿cómo podemos lidiar con nuestra propia finitud?, ¿cómo dar un sentido profundo, a la vez trascendente y digno, a nuestro paso por la vida?

No creo que la religión como tal, en el sentido de una práctica social institucionalizada bajo un conjunto de creencias y rituales, tenga el monopolio de esta clase de problemas o que sea la única fuente autorizada para tratar de resolverlos. Creo, en cambio, que existe una manera espiritual, religiosa en un sentido de conexión con algo superior al ser humano, de tratar de responder los problemas que subyacen a las preguntas mencionadas. Por lo menos hay una sabiduría a la que podemos recurrir.

Donde la ciencia y la razón no alcanzan debemos dar la oportunidad a que nuestras creencias digan su palabra. Somos demasiado frágiles, sensibles y necesitados como para que la frialdad de las fórmulas explicativas de la ciencia sacien nuestra sed de sentido, pertenencia y protección. Lo mismo se puede decir de los bienes materiales a los que solemos dedicar demasiados afanes y ambiciones: estos, por sí solos, jamás nos van a bastar; siempre necesitaremos algo más.

La carencia nos define y condiciona. Tenemos una insondable condición de ser delicadamente sensitivos al dolor, pero también a la ilusión, la añoranza y las ensoñaciones. ¿Cómo podría el ser humano no desarrollar una nostalgia de algo que le falta si siempre, acaso a cada instante, aunque lo acalle, le falta? No nos escandalicemos, pues, del sentimiento religioso. Está allí porque nace de la propia condición humana carente de un sentido dado y claro, ayuna de un destino que lo colme en lo profundo.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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