Política

El mandato del 1 de julio para Jalisco

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  • Héctor Raúl Solís Gadea

Desde 1995, se supone, tenemos democracia en Jalisco. Digo se supone, pero no tendría que insinuar nada que haga albergar la más mínima duda al respecto. Al fin y al cabo, Alberto Cárdenas Jiménez y todos los gobernadores que llegaron después de aquel 12 de febrero de 1995, lo hicieron apoyados en el voto popular.

El PAN se consolidó como una impresionante fuerza política. Mantuvo la gubernatura durante tres sexenios (1995-2012) y la alcaldía de Guadalajara de manera ininterrumpida de 1995 a 2009. El PRI, por su parte, nunca dejó de ser importante. Por su número de diputados en el Congreso del Estado y en el Congreso Federal, así como por las alcaldías que lograba retener, era una segunda fuerza respetable y con gran poder de influencia y negociación.

Hasta el PRD consiguió una presencia que le permitió ser, en muchas ocasiones, fiel de la balanza de los dos partidos grandes. Ello le significó una no despreciable capacidad de influencia en el sistema político jalisciense y más allá (llegó a tener, por ejemplo, un presidente de la Comisión de Educación en el Cámara de Diputados Federal).

Se cumplieron así algunos propósitos de la democracia de partidos, como tener un sistema plural en el que nadie ganaba todo y todos ganaban algo. El ciudadano jalisciense confió en que su voto cuenta, y votó muchas veces y nunca tuvimos un conflicto post-electoral que pusiese en evidencia una falla grave en el funcionamiento de nuestros órganos electorales.

Teníamos razones para creer que con un sistema electoral democrático, con partidos votados por ciudadanos confiados en que su voto cuenta, íbamos a lograr que los partidos se ocuparan en hacer buenos gobiernos para poder mantenerse en el poder. Se estableció, pues, un mecanismo con el que los ciudadanos podían castigar los malos desempeños de gobierno. ¿Qué mejor manera de procurar la eficacia y honradez de nuestros equipos de gobierno que poniéndolos a competir limpiamente por el voto ciudadano?

Además, los tres partidos fundamentales --PAN, PRI y PRD-- representaban tres visiones de política, gobierno y sociedad muy claras y consistentes. A la derecha: tradicional, de respetabilidad católica y decencia moral muy a la tapatía: el PAN. A la izquierda, para reivindicar las aspiraciones de los sectores populares con sentimientos políticos anclados en la justicia social: el PRD. Y en el centro, nada menos que el eje de la estabilidad, el que posee un pragmatismo sapiente, con experiencia de gobierno, respaldado por la vieja y venerable --siempre necesaria-- tradición de la Revolución mexicana: el PRI.

Así funcionamos bastantes años. Unos veintitrés aproximadamente. Había problemas, sí. De vez en cuando se presentaban diferencias en el Congreso, por ejemplo, sobre las cuentas públicas. Pero nada para preocuparse. Al final, prevalecían los acuerdos y todas las fuerzas políticas estaban contentas. Toda esa coherencia, sin embargo, fue borrada de un plumazo el pasado 1 de julio, o, más bien, con muchos plumazos, los de los cientos de miles de electores que dieron su voto a MC y a Morena, y que mandaron al ostracismo político al PRI, al PAN y al PRD.

Increíble pero cierto. Ese mundo relativamente idílico de estabilidad --e identidad ideológic-- comenzó a dar muestras de agotamiento en 2009, cuando el PAN perdió la alcaldía de Guadalajara a manos del PRI. Y luego, de manera más clara, cuando en 2012 el PRI regresó al poder, pero con un costo político tan alto para el PAN, que ya no logró reponerse de su derrota. La misma dosis le fue recetada al PRI hace unas cuantas semanas.

Ya nada será igual. Nuevos jugadores han llegado. Desde México, con la presencia del nuevo delegado del próximo presidente; y desde aquí mismo con la acción de nuevos actores sociales provenientes de la ancha base popular de Morena. Otros serán viejos actores reciclados: los que alcancen a caber en la elástica capacidad de negociación, perdón y tolerancia de Andrés Manuel. Y MC, por supuesto, que está obligado a gobernar bien si no quiere correr la suerte de los que estaban antes. 


Hay que creer en la disposición de Morena para acomodar viejos y nuevos intereses, para dar esperanza a los que desde el 88 esperan ser considerados por quienes diseñan las políticas públicas. También para dar confianza a los empresarios y a los viejos líderes sindicales o representantes de la vieja burocracia que esperan ser tomados en cuenta. ¿No podría ocurrir que aquí en Jalisco se presentara el clima de relativa confianza en Morena y en su líder que prevalece a nivel nacional?

No se puede prever qué va a pasar. Pero si Morena, MC y los demás entienden el mandato del 1 de julio, se concentrarán en lo que los identifica y dejarán de lado lo que los pueda dividir. Y no hay mejor punto en común que dedicarse, juntos, a hacer un buen gobierno para todos los ciudadanos. Si no, el 1 de julio no habrá servido de nada: seguiremos teniendo una democracia insustancial con ciudadanos desencantados. 

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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