Política

Andrew Arato y Enrique Krauze: dos aproximaciones al populismo (segunda parte)

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  • Andrew Arato y Enrique Krauze: dos aproximaciones al populismo (segunda parte)
  • Héctor Raúl Solís Gadea

Según Andrew Arato, el arribo de un populista al poder no implica, de la noche a la mañana, la caída de la democracia. Falta, primero, la disposición del líder de transitar ese camino hasta el final, lo que implica pasar por tres etapas: 1) El populismo como movimiento fuerte y exitoso; 2) El populismo como gobierno; y 3) El populismo como régimen.

En otras palabras, si López Obrador gana la presidencia tendrían que ocurrir muchas cosas para que los rasgos populistas de su personalidad y el movimiento que lo apoya, se conviertan en algo más y terminen estableciendo un cambio de régimen, es decir, la suplantación de la democracia por algún tipo de autoritarismo, digamos carismático y demagógico.

De ser así, tendríamos la versión local de lo que ha sucedido en varios países, por ejemplo, la disolución del Congreso o su control autoritario por el Poder Ejecutivo, la sujeción de la Suprema Corte de Justicia, la promulgación de una nueva Constitución antipluralista, la posibilidad de la reelección presidencial ilimitada y medidas por el estilo como la abolición de la autonomía del Banco de México o del Instituto Nacional Electoral, por ejemplo, entre otras instituciones que requieren independencia para cumplir adecuadamente su función.

Sin embargo, en honor a la verdad, eso es poco probable, pues aún no es evidente que AMLO se vaya comportar de esta manera. No todas sus actitudes ni todas sus palabras muestran una disposición absoluta, por lo menos hasta ahora, para destruir la democracia representativa y los contrapesos institucionales al poder presidencial. En la entrevista que en fecha reciente sostuvo con los periodistas de MILENIO, hizo explicito su reconocimiento de la pluralidad prevaleciente en México, la necesidad del debate sobre las políticas y la observancia de la legalidad.

De todas maneras nunca se sabe, porque cualquier líder, una vez en el poder, puede sucumbir a la tentación de convertirse en un populista autoritario. Al fin y al cabo, como me lo comentó hace poco el profesor Arato, el poder es un afrodisiaco que puede enloquecer al más mesurado de los políticos. Y, claro, López Obrador no ha dejado de mandar señales contradictorias, como veremos más adelante. Por ello, los frenos institucionales y políticos resultan un recurso necesario para contener el autoritarismo, no sólo populista, sino de cualquier tipo.

En su conferencia en la Universidad de Guadalajara, el profesor Arato dejó claro que, por lo menos, hay dos obstáculos que podrían evitar que la democracia fuese cancelada: por una parte, la fuerza de las instituciones y los mecanismos que protegen a la Constitución Política de la nación, y por la otra, el peso de la sociedad civil organizada. Es posible que no le falte razón porque en México, en los últimos años, por ejemplo, la Suprema Corte de Justicia de la nación ha adquirido un nivel de autonomía e independencia que jamás tuvo en la vieja época del PRI.

Otro ejemplo: el establecimiento del sistema anticorrupción, consecuencia, por cierto, de la presión de la sociedad civil, no podrá ser revertido fácilmente, aunque cabe aclarar que el actual régimen --que se asume democrático-- ha hecho todo lo posible para que fracase o, por lo menos, para que no opere como es debido. En este último caso, habría que considerar que, en teoría, López Obrador respaldaría la actuación independiente del fiscal anticorrupción, pues la lucha contra la deshonestidad ha sido una de sus banderas a lo largo de muchos años.

En cuanto al peso de la sociedad civil resulta interesante lo ocurrido hace pocos días, cuando varias agrupaciones publicaron un desplegado en el que le aclararon a López Obrador el papel que han jugado en el desarrollo cívico de México de los últimos años, sobre todo en temas de transparencia. Tuvieron que hacerlo luego de que AMLO expresara su “desconfianza” a la sociedad civil en la mencionada entrevista.

Por otro lado, López Obrador enfrentaría el peso del viejo sistema político, eso que él llama “la mafia del poder” y que sin duda le pondría dificultades para llevar adelante su agenda.

A la pregunta de si López Obrador amenaza a la democracia mexicana, como parece sugerir Krauze, habría que contestar que todo depende del comportamiento del tabasqueño y de la lucha política que ocurriría entre él y sus bases sociales de apoyo, por una parte, y el viejo sistema de partidos y algunas organizaciones de la sociedad civil, por la otra.

De este choque de trenes podría surgir algo positivo: la participación de nuevos actores sociales que no han ocupado el lugar que merecen en la arena política, por el lado de Morena, y la exigencia de respetar las leyes y las instituciones, por el lado de los actores de la sociedad civil y, quizás, del propio López Obrador y algunos miembros del viejo sistema de partidos. Si todos los actores se mesuran, es posible que tengamos un buen desenlace.


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