Los anuncios esperanzadores del retorno de las inversiones y de la bonanza luego del acuerdo logrado para el Tratado México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC) deben tomarse como un gran desafío con miras al fortalecimiento de la economía mexicana. La incertidumbre sobre el tratado fue uno de los factores que influyeron en que las inversiones se hayan estancado, por lo que al lograrse un acuerdo se avanzó mucho pero, igualmente, falta mucho por hacer. Ahora que el sector privado aplaude el acuerdo y que el gobierno confía en que se destrabaron los problemas para la inversión, hay un camino que parece seguro pero también hay que revisar los motores que impulsan.
Además de la certidumbre que brinda el acuerdo, hay que trabajar en las certezas internas, las más cercanas, las que tienen que ver con las reglas del juego, con las condiciones para invertir y con las proyecciones de recuperación del mercado interno. Pese al anuncio de numerosas inversiones, el adelanto de licitaciones y la apuesta por la inversión en infraestructura, lo cierto es que el sector de la construcción tuvo un mal año y que la cancelación de las obras del nuevo aeropuerto tuvo un impacto que todavía se siente. Falta el arranque de las grandes obras y que la apuesta por la infraestructura se note en inversiones, en empleos y, sobre todo, en dar una señal de confianza para la inversión.
Si en este año tendremos un crecimiento económico prácticamente nulo, para 2020 la cifra apenas supera el uno por ciento. Se espera que la ratificación del T-MEC traiga un impulso, pero este no será inmediato. En tanto, México sigue atrapado en el mismo problema de crecimiento mediocre: en los últimos 30 años la cifra promedio fue de dos por ciento y estamos todavía muy lejos de la promesa de acabar el sexenio con un cuatro por ciento promedio. Con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), anterior al T-MEC, tampoco se escapó al problema del crecimiento.
Detrás del escaso crecimiento se incuban falencias que tienen con ver con los bajos niveles de competitividad, baja productividad, mala calidad educativa, escasa innovación y una insuficiente inversión en ciencia y tecnología. El sólo hecho de hacer bien los deberes en cuanto al cuidado de los grandes indicadores económicos no es suficiente para lograr crecimiento y desarrollo, sobre todo porque los lastres siguen ahí. Lo hemos visto en muchos años, cuando por fuera se alababa la estabilidad financiera y buen ambiente macroeconómico, pero por dentro la pobreza, la desigualdad y el rezago educativo limitaban cualquier mejoría.
Un impulso verdadero para la economía sería mejorar la calidad educativa y elevar los niveles de competitividad y de productividad. No sólo hay que mejorar la infraestructura e impulsar a las pequeñas empresas, sino que la apuesta fuerte debe comenzar en los cimientos: en la gente. Sin educación de calidad, sin innovación y sin competitividad, el tratado sólo nos devuelve al mismo problema.