Si enero fue un mes muy malo para el Presidente (economía estancada, inflación elevada, periodistas asesinados, barrunto de infarto, masacres abundantes en Zacatecas, rechazo panameño al indefendible nombramiento de embajador, etc.) febrero lo está superando por mucho, no solo por lo que significa la revelación de la casa gris, sino también por su equivocada estrategia para tratar de minimizar los daños.
Sobre lo primero, ya está muy claro que el estilo de vida y el probable conflicto de interés detrás de la casa rentada en Houston por su primogénito y su esposa volatilizaron el discurso presidencial sobre la honestidad y austeridad como forma de vida y contenido esencial de la revolución de las conciencias, uno más de los logros fantasiosos de la supuesta 4T. Además, AMLO personalizó el ataque, pues siente que el daño a su honestidad y credibilidad es profundo. Y tiene razón, pues lo exhibe como un político semejante a los que tanto ha criticado; la honestidad en realidad es hipocresía y la credibilidad sufre una merma considerable. La saña con que le ha respondido a Loret de Mola es directamente proporcional a la percepción del daño en la convicción de su superioridad moral. Antes en las calles se decía que “el rey va desnudo”, ahora él se sabe y se siente desnudo.
Con respecto a la equivocada y contraproducente estrategia, deben destacarse dos puntos. El primero es el enorme abuso de poder que significa haber violado varias disposiciones legales —documentadas por la Barra Mexicana de Abogados— para tratar de desprestigiar a Carlos Loret. La exhibición de la supuesta riqueza del periodista como prueba de que Loret es malo, corrupto, mercenario y todos los adjetivos posibles y, de paso, como demostración de su superioridad. Mal argumento. El otro podrá ser la maldad encarnada, pero eso no viste de nuevo al rey, que sigue desnudo, muy desnudo.
De nuevo —porque no es la primera vez que lo hace— AMLO olvida que su primer acto y compromiso como Presidente de la República fue jurar cumplir y hacer cumplir la Constitución y todas las leyes que de ella emanan. Volvió a cruzar esa línea que diferencia al demócrata del tirano: el acatamiento de la ley. A la hipocresía del discurso se añade la disposición reiterada de abusar del poder en contra de los ciudadanos. De ahí la condena contundente en las redes sociales del fin de semana pasado. Ni bots ni dinero detrás de la reunión en el espacio de Twitter. Pura y dura indignación.
El segundo punto que destacar es la cantidad de barbaridades que ha dicho para evadir el escándalo (la “pausa” en las relaciones con España); para defender la ilegalidad de la información publicada (que el INAI informe de lo que no tiene ni puede, que le autorice a publicar facturas, que tampoco es su atribución; que todos los medios son concesiones del Estado y deben transparentar todos sus bienes e ingresos); para argumentar que él y su gobierno son intocables (equipara la crítica con corrupción y traición a la patria). El hecho es que el Presidente está perdiendo la mesura, la brújula, la realidad, el control y la racionalidad. Y ante tales desfiguros, su gobierno, sus secretarios y asesores callan como momias. Mejor, lo endiosan: AMLO es la encarnación del pueblo, de la patria, de la soberanía…
Lo peligroso es lo que viene. Un Presidente con tanto poder, con tan pocos límites y nula autocontención puede hacer destrozos descomunales contra personas y contra el país.
Guillermo Valdés Castellanos