Una dolorosa ironía entraña la muerte del cardiólogo argentino René Favaloro. Favaloro fue, como Jesucristo, hijo de un carpintero.
Y acaso su obra central como escritor sea Recuerdos de un médico rural, libro que nos hace pensar con inmediatez quemante en el Árbol de la ciencia de Pío Baroja.
Después de una larga estancia en el ámbito rural, el cardiólogo del barrio de inmigrantes El Mondongo vivió en Estado Unidos y desarrolló la cirugía de revascularización miocárdica o técnica del bypass.
Apoyándose en la coronariografía, Favaloro realizó más de 13,000 operaciones exitosas de bypass coronario.
Y no digo aquí cuantas más se han realizado por otras manos expertas desde el hallazgo cardinal del médico que recibió en vida un rosario de premios y condecoraciones.
El espíritu altruista de René Favaloro lo llevó a fundar, en 1922, el Instituto de Cardiología y Cirugía Cardiovascular en Buenos Aires.
El descubrimiento de Favaloro enderezó su empeño contra la llamada epidemia coronaria.
A lo largo de su vida Favaloro trabó amistad con varios colegas, pero ninguna como la que sostuvo con el cardiólogo intervencionista Luis Mansueto de la Fuente.
El 29 de julio del 2000, día del cumpleaños de Luis, deprimido por deudas impagas de otras instituciones respecto de la suya, deudas que bordeaban los 18 millones de dólares, en el baño de su casa, el eminente cardiólogo se suicidó disparándose al corazón.
El hombre que tantos corazones había salvado (y sigue salvando) no pudo salvar el propio.