Que fácil es admirar a los norteamericanos por su poderío o por su vasta riqueza. Son un pueblo laborioso, respaldado por una cultura protestante, individualista y liberar.
Su cultura reconoce el esfuerzo de cada quien y premia los resultados.
No obstante, esos principios no necesariamente se aplican por igual a sus políticos, quienes se agrupan en un sistema bipartidista en donde se compite por el poder: en un bando los republicanos, identificados como conservadores y tradicionalistas, buscando siempre el predominio de la raza blanca, y, por el otro, los demócratas, que pregonan ideas liberales entre sectores progresistas y de izquierda, mayormente sindicatos e intelectuales.
Ambos partidos políticos tienen muchas diferencias y pocas coincidencias. Sin embrago, una de ellas, muy fuerte, es la concerniente a la portación y uso de armas de fuego, derecho que tiene prácticamente toda la población para portar un revólver, un rifle o fusil de alto poder.
Se dice a manera de justificación que el pueblo norteamericano tiene el derecho a estar armado, porque su fundación como nación fue producto de esa libertad y la amenaza de un eventual poder tiránico desaparece, por el hecho de que el pueblo se convertiría en milicia.
La verdad sea dicha, ese pretexto muy antiguo ha sido superado por el avance de una industria tan poderosa como la industria de la fabricación de armas y el apetito tan desmesurado por parte de la población por poseer artefactos mortíferos. Es ahí donde es difícil admirar al pueblo vecino, por la sencilla razón de que su enfermedad mental es tal, que justifican la venta indiscriminada de armas a cualquiera sin mediar ningún filtro. Los políticos han sido exhibidos una y otra vez por tan dañina política pública, amparada en argumentos falaces que nada tienen que ver con la protección de la vida misma, y han terminado por caer en manos de la poderosa Asociación del Rifle de los Estados Unidos, a cambio de financiar campañas políticas y llenarles los bolsillos con harto dinero manchado de sangre.
Si, los norteamericanos podrán tener muchas cosas buenas, pero en cuando a moral, la suya es doble y chapucera. Si no, como entender que la solución de Trump es ¡armar a los maestros!