Somos una sociedad que envejece a diario. De hecho, cada vez somos más viejos en lo individual y como colectivo global. Basta ver algunos datos duros para percatarnos de ello: hoy los mayores de 60 años entre los que me encuentro, por fortuna acompañado por mi querida esposa y por algunos hermanos y hermanas setentones, somos el 13% de la población mundial, unos 965 millones de seres humanos, pero creciendo como grupo a una tasa del 3% anual, por encima de la tasa de natalidad de cualquier país, incluyendo a los del tercer mundo. En Europa, los viejos representan el 30% de la población, porcentaje que será similar en el resto del mundo, a excepción de África, para el 2050.
Al final del siglo XXI, 3 mil cien millones de personas habrán superado los 80 años.
Debido a ello, el envejecimiento de la población es uno de los temas que se está enfrentando con mayor interés por parte de gobiernos y sociedad, pues los cambios demográficos, las tendencias sociales y el comportamiento de los consumidores marcan un devenir peculiar, en especial la interacción entre generaciones con distintas edades y preferencias.
Lo que surge con fuerza y contundencia es lo que llamamos la “paradoja de la longevidad” producto del desarrollo de una nueva fase de vida que implica vivir más y con mayor calidad de vida; aporte que en realidad hacen las nuevas tecnologías como la inteligencia artificial o la robótica, para resolver problemas en cientos de casos de salud, vivienda, trasporte, comodidad y confort, diversiones y entretenimiento. Teóricamente, en un mundo cada vez más feliz.
Es el caso de la robótica que va a jugar un papel vital en las personas de mi edad, buscando desarrollar un robot “asistente” que sirva como ayuda y compañía a los ancianos: conectar con un robot y poder platicar con él combatirá la soledad, hasta lograr el objetivo, no muy lejano, de que me pueda tomar una cerveza con él.
Sin duda, solucionarán problemas de movilidad, cuidado médico y de comunicación y nos darán compañía y apoyo en una etapa de la vida en la que resulta fundamental sentirse conectado con la sociedad, para que las limitaciones físicas no nos aíslen del mundo.
Yo, a mis 73’s, espero hacerme de uno lo más pronto posible.