Tuve oportunidad de asistir a una comida con el historiador Enrique Krauze, quien nos platicó sobre su último libro, cuyo título lleva el nombre de este artículo. No cabe duda que la visión de un intelectual que domina la historia del mundo y la propia tiene una visión que toma en cuenta la realidad, pero también la capacidad de proyectar lo que el futuro nos puede deparar. El México popular, por lo general opina que dada la situación que prevalece en el país, ya no podemos estar peor.
Pero la verdad, dice Krauze, eso no es cierto: siempre podemos caer más a fondo. El deterioro de una nación no tiene límites. Pero, por contra, siempre podemos estar mejor. Depende de nosotros.
Hoy tenemos a la vista la tormenta perfecta.
Por un lado, la inseguridad, una economía mediocre y la presencia por todos lados de la pobreza, con todo ello la impunidad: madre de la corrupción, y por el otro, la cercanía de unos comicios federales que dan miedo, pues el país está dividido en bandos irreconciliables.
Un bando lidereado por ya saben quien, que proyecta el peligroso espejismo de pensar que una sola persona resuelva los problemas del país; otro, el PRI, que le dio cosas importantes al país pero se le “olvidó” darnos un sistema de justicia que funcione, y, al margen, el PAN, que dejó pasar su oportunidad histórica gastando su enorme capital político en frivolidades y políticas erróneas y hasta cierto punto fatales. Pero en la democracia gana el que obtiene más votos, pero tiene obligación de respetar a las minorías, las instituciones y garantizar la libertad de expresión, pues el presidente es de todos y no solo de un bando. Si eso no existiere, caeremos al modelo del autoritarismo y eventualmente al abismo de la dictadura y entonces será más difícil recobrar los valores de la democracia.
Por fortuna no somos ni nos parecemos a Venezuela y por fortuna nadie quiere volver a los tiempos de Echeverría y López Portillo.
A México le aquejan muchos males, pero se saben las causas y por lo tanto conocemos las soluciones y en ese sentido la sociedad entera sabe que hacer, más allá del mito de que el pueblo es sabio y bueno.
Lo que cuenta es ser mexicano y como tal, participar. Recordemos todo el tiempo: no somos súbditos sino ciudadanos.