Ricardo Monreal, senador de la mayoría, tiene razón, el mal de origen no está en las reglas que los diputados definieron para su reelección, sino en la misma reelección. Introducirla en el Legislativo fue un error, tenía sentido, y con reservas, para los alcaldes. La reelección es de esas instituciones impecables en la teoría, desastrosas en la realidad. El voto y la elección son sumamente imperfectos como para concederle poderes que no tienen. Las campañas empoderan al ciudadano, cierto, pero también influye mucho el dinero —bueno, malo o sucio—. Muchas veces este factor define el resultado. Con frecuencia el financiamiento de campañas es el origen de la corrupción y la apropiación del crimen organizado de los gobiernos municipales y locales.
Los ilusos diputados de Morena, PT y PES pretendieron pasar una reforma a modo en medio de la distracción del país por la tragedia de salud pública y sus efectos desastrosos en la economía. Su preocupación no fue el país, ni siquiera apoyar al Presidente en este momento tan complicado o hacer algo para aliviar la crisis en su partido. No, su preocupación fue aprobar una reforma antes de mayo para hacer campaña desde el cargo público.
Mario Delgado, líder del Morena en la Cámara y aspirante a la dirección nacional del movimiento, presume lealtad ciega y compromiso total con la 4T y su líder moral, ahora Presidente de la República. La realidad es que cada cual anda en lo suyo. La retórica deviene en fuegos de artificio que a nadie engaña. A diferencia de la colegisladora, los diputados —no solo los de la mayoría— han quedado muy por debajo de lo que de ellos se necesita.
Lo mismo que ocurrió con Yeidckol Polevnsky, quien pretendía continuar indefinidamente como líder del Morena. Para mostrar sus buenas cuentas está el caso de Jaime Bonilla en Baja California, una vergüenza para todos y más para el Presidente de la República.
El problema que vive el país en estos momentos es sumamente grave. Hoy más que siempre se precisa que todos hagan su parte para hacer más llevadera la adversa situación que apenas empieza. Desde ahora se sabe que la secuela de lo que ahora ocurre afectará la mitad del periodo de gobierno de Andrés Manuel López Obrador, si no es que la totalidad. El madruguete de los diputados fue al país y al Presidente, quien se mostró sorprendido por la determinación de sus diputados. Ricardo Monreal aclaró de inmediato que lo aprobado pasaría a la congeladora.
Lo ocurrido muestra el desorden y el oportunismo, politiquería en palabras de López Obrador, que hay en el equipo gobernante en una circunstancia en la que lo menos que se esperaría sería prudencia y unidad. Lo sucedido revela que no hay lealtad, no hay compromiso. Que la amenaza más seria que tienen el Presidente y su proyecto no es de sus llamados conservadores, sino de los de casa. Si eso ocurre ahora, qué habrá de esperarse en el cuarto o quinto año de gobierno o cuando sobrevenga una crisis política mayor. Es momento de apoyar con todo al Presidente; sus diputados no lo entienden.
El Presidente está solo y por lo visto, mal acompañado. Éste más bien, le presta más atención a quienes le dan la suave, a los que celebran la ocurrencia o el error, y menos, a quienes le aportan una opinión, quizá incómoda, pero útil para él y para su gobierno. El Presidente está perdiendo lo que más lo acreditaba en el pasado, sentido político. Los últimos meses lo prueban: se ha minado la capacidad de reaccionar con acierto ante los problemas que se enfrentan.
Ante la crisis que se aproxima el país requiere del Presidente, un líder que inspire confianza y que convoque a todos. Por lo mismo, es necesario que López Obrador cambie en forma y fondo la manera de ejercer el poder, porque viene lo más difícil y será tarea de todos enfrentar la adversidad y proceder a la reconstrucción. Por lo pronto los diputados del Morena sacan provecho en medio de la tragedia.
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