Eduard Mörike (1804-1875) fue un luterano y poeta romántico alemán cuyas obras inspiraron sinfonías del compositor Hugo Wolf, especialmente el característico lied. Persuadido por esta experiencia escribió Mozart de camino a Praga (Galaxia Gutenberg), que supera cualquier previa invención novelística de tono biográfico pero ficticio. Es “una ocurrencia audaz y plausible”, representada en un contexto social tan amplio que hay lugar para todos los personajes: aristócratas y artistas, trabajadores y burgueses, que tiene como objetivo la interpretación de Don Giovanni.
Un retrato del carácter de Mozart, no una semblanza de su vida, surge a partir de la displicencia que expresa él y la condescendencia al renombre. Los supuestos hechos narrados por Mörike, quien los define como “un pequeño retrato del genio”, conforman una gran novela. Describe brevemente (en palabras de Stendhal) los rasgos distintivos del músico que era un alma amante. La universalidad temporal abarca la época de Luis XIV y la Revolución francesa, el escenario aparte de Praga ocupa también Viena, Berlín y Nápoles. Narrado con congruencia, en un corto periodo de tiempo, la trama entera depende de que Mozart arranca una naranja del jardín perteneciente al que quizá sea el Nuevo Palacio de Gratzen (Nove Hrady) y que la servidumbre lo retenga.
Resulta insólito que el compositor decidiera interrumpir su trayecto hacia la capital del Reino de Bohemia y hurtar en el trance una fruta. El papel protagónico es, sin embargo, de la música porque la intención inicial consistía en ir a dirigir una puesta en escena y por ello durante la jornada ocurren otros ardides: “el camino al que alude el título (…) lleva a Don Juan”, que personifica el augurio de una muerte prematura inevitablemente cumplido.
“A partir de una anécdota pretendidamente banal, Mörike elabora una metáfora precisa del espíritu mozartiano”. Presa de un ingenioso hedonismo, disfrazado de distinguido forastero, Mozart deviene el invitado de honor en una fiesta que ofrece la sobrina del conde de Bucquoy, Eugenie, donde por su fama es bienvenido en otoño de 1787. Para la joven de repente “se volvió tan terriblemente cierto que aquel hombre estaba consumiéndose rápida e irrevocablemente” que anunciaba la presencia de algo trágico. Podría acusarse al austriaco de renunciar a la música cuando enferma y deja de componer, pero en el ánimo que le embargaba parece la casualidad menos natural inclusive seguir viviendo.