La ficción tiene el inconveniente de que el lector parece considerarla puro invento. Sin embargo, parte de lo veraz como cabo para atarse al género literario. Cualquier tensión que experimenta un protagonista suele inspirarse en hechos reales proyectados de manera fantástica, como en La dama que se transforma en zorro (editorial Periférica) de David Garnett (miembro del grupo Bloomsbury).
Para ambientar una historia extraordinaria Garnett utiliza recursos comunes: Silvia, casada con Richard Tebrick, terrateniente del condado de Oxfordshire, jura "vivir en un mundo ordenado por la divinidad"; entonces algo imposible ocurre: ella se convierte en zorro, lo cual no resulta trillado porque el trágico "revés de la fortuna es de extraña belleza".
Parecido al clásico Un drama de caza de Antón Chéjov, inicia con Tebrick acechando cuando súbitamente la esposa aparece transformada en zorro. El narrador, Garnett mismo, despoja los sucesos de cualquier floritura y relucen veracidad: tal caballero burgués “debe aprender de modo gradual cómo renunciar a la única criatura que ama”.
Un día el animal huye y en medio de aquel paroxismo de tristeza Tebrick queda devastado, necesita superar aquella pasión: debe aceptar que Silvia ya no es una mujer, sino algo taimado, artero y ladino, cuyos instintos gobiernan. A partir de ahí la identidad que adopta perdura dramáticamente.
En tramas de índole misteriosa justificar sucesos resulta vano. Garnett dota a cada personaje de voluntad para aceptarlos: lo amado puede degenerar. Muestra la otra faceta de nuestra naturaleza humana, que es bestial. Este título junto con el cual popularizó al autor, Las formas del amor, que Andrew Lloyd Webber convierte en musical, muestran cuan poco lo reconocemos. Estas historias son hoy quizá más importantes que cuando él vivía.