Entre desencuentros y contradicciones comenzó una parte del Viacrucis al que son sometidos los mexicanos cada sexenio con el inicio de las campañas políticas por la presidencia de la República.
De menor a mayor en la escala de desaguisados nos topamos a Margarita Zavala iniciando campaña en el llamado “Ángel de la Independencia” en la ciudad de México, no logrando reunir ni a 200 personas que le hicieran el favor de arroparla, y ya no digamos siquiera para convencerlas que por convicción o piedad votaran por ella.
El segundo lugar en la escala de accidentados lo vino a ocupar el eterno candidato, quien tuvo a mal iniciar campaña en Ciudad Juárez, donde ni con acarreados de otras ciudades pudo reunir a 3000 asistentes para una ciudad con 1.5 millones de habitantes, repitiendo la misma experiencia en Gómez Palacio, Monterrey y Monclova, donde el fracaso se repitió como fórmula: recibiendo recuerdos a su progenitora por imponer a ex priístas y funcionarios corruptos como senadores y diputados.
Si las rechiflas y los espacios vacíos no eran suficiente para evidenciar el fracaso de un candidato con 18 años en campaña e incapaz de rebasar el 30% de intención del voto con encuestas falsas, peor vino a contribuir Citlali Ibáñez—mejor conocida como Yeidckol Polevnsky—como Coordinadora de Campaña de López Obrador al tratar de disimular el desastre, usando fotografías del 2012 como si fueran recientes.
Ricardo Anaya por su parte tuvo a bien iniciar su campaña en el Bajío, región que desde el siglo XIX es la llave de acceso política y económica para ascender al poder.
Aunque él sí llenó los espacios públicos en donde inició y se presentó, se hizo notar su empecinamiento por seguirse vendiendo como candidato para los jóvenes en vez de como una opción para todos los mexicanos.
Por su parte, José Antonio Meade inició campaña en Mérida, apuntalado con todo el poder que representa la maquinaria y la fuerza que significa ser el candidato oficial del presidente de la República.
Sin embargo, aún pretendiendo diferenciarse como hombre de experiencia y preparación, vendiéndose al electorado como el primer candidato sin partido y el primer aspirante a presidente sin fuero, su problema sigue siendo el partido que lo apuntala y el estigma natural de ser el candidato principal del presidente en turno.