Año raro, sin duda, en el que los músicos, confinados en casa, ya miran calendarios en espera de que aparezca alguna fecha en la cual podrán volver a tocar en vivo. “Aunque sea para pocas personas”, he escuchado decir a algunos. Entretanto los discos salen, mucho de ellos, en un temporada en que parece que hay más tiempo para descubrirlos. Aquí hay algunos que provienen de distintas esquinas del planeta que merece la pena conocer. En todos ellos hay una dosis de locura llevada a la experimentación, que parece acoplarse a la sinrazón que vivimos en este 2020, así como la presencia de acentos tradicionales de distintos estilos.
Alambri de DakhaBrakha
Este cuarteto procedente de Kiev (Ucrania) hace una música alucinante combinando chelo, acordeón, percusión, teclados, flautas y voces. Alambri es su séptimo disco. Nueve canciones que se mueven por estructuras alambicadas en las que no hay reglas y cualquier cosa puede acometer a continuación. “Dostochka”, su primer track, es un prueba no sólo del dominio de sus recursos sino de su imaginación desbordada. “Vynnayya Ya”, su segundo, incorpora palmas y juegos vocales que evocan música de dibujos animados, exhibiendo el sentido del humor así como el espíritu lúdico del grupo. Y “Khyma” por mencionar uno más, ofrece al oído la pureza sus tres voces femeninas, cuya escucha resulta una experiencia hipnótica, haciendo pensar a cualquiera en sirenas que hechizan a quien las oye cantar. Una música, repito sin exagerar, realmente alucinante.
Red Sonja de Lolomis
Otro cuarteto de igual manera hacedor de una música única. La wikipedia los define así: “grupo de música acústica francesa de inspiración tradicional.” Pero al escucharlos uno se da cuenta que hay eso y mucho más. Éste es su tercer disco, continuador del sonido del celebrado Boukane (2017). Abre con “Ako”, canción que ya nos permite sentir la intensidad con que Lolomis hace música. Una rutina sonora que se repite a manera de loop sobre la cual van sus voces y que luego se dramatiza para desembocar en un tramo de percusión que impacta al oído. “Bindis”, su siguiente, le guiña el ojo a la música africana a través del sonido de una kora que ornamenta su melodía, sin ofrecer tregua en su estructura rítmica, la cual acelera hacia su mitad, ofreciendo un trance musical en base a la repetición de un verso. Y después, la pieza deriva en un beat como diseñado para pista de baile, que prosigue incrementando su velocidad. Y “Morena”, otro de sus 11 tracks, inicia como una balada más suave y romántica que incorpora tensión a través de la percusión, en un crescendo que llega a un desenlace donde los instrumentos que la sustentan coinciden con emoción. Un trip sonoro donde la cordura se ha hecho a un lado para bien.
Matchless de Deep Cabaret
Una licuadora musical que arremolina todo recurso con el fin último de tejer una música sui géneris que de algún modo refiere al folk —sus integrantes están basados en el Reino Unido— pero también a la experimentación a rajatabla y, paradójicamente, al blues del desierto. Se definen en su página de bandcamp más o menos así: “su música está elaborada sobre una seductora cama de riffs y drones; hurdy-gurdy, gaitas, clarinete bajo, chelo y las siempre notables tonalidades de las armonías de Tuva (refiriéndose al canto armónico) (…) Una afilada mezcla, romántica y coruscante de raíz, jazz y pop zurdo .” Si bien recurren en mayor medida a estructuras de canción más convencionales, es el tejido musical lo que perturba en la música del sexteto. “Lila”, uno de sus ocho tracks, da inicio con un chelo resonante y oscuro que luego da paso a una guitarra y a una voz de aire bucólico. Sus letras, como ellos mismos afirman, se inspiran tanto en versos de poetas como William Blake o incluso “en la parte trasera de una botella de cloro.” Matchless fue producido por Justin Adams. músico asociado a Robert Plant, a quien llaman el Ry Cooder inglés.