Vaya temporada la que nos ha tocado. Los meses que vivimos, a partir de la llegada de la pandemia que nos ha tenido confinados en casa desde mitad de marzo, quedarán para la memoria como los más aciagos y fúnebres que hemos vivido en mucho tiempo.
Ya la reciente noticia del fallecimiento de Little Richard el pasado 9 de mayo, a los 87 años de edad, ha puesto una nota más de desconcierto ante la jornada de decesos que particularmente figuras prominentes de la música han protagonizado, algunas de ellas sumándose a las desbordantes cifras de fallecidos por coronavirus alrededor del mundo, pero otras fuera de éstas, acentuando la pésima racha que enfrentamos estos días.
En el caso de Richard Wayne Penniman —su nombre de pila—, uno de los incuestionables pioneros del rock ’n' roll, carismático y extravagante como pocos, dotado pianista, valga decir que el hecho de haber nacido en los años 30 lo hizo participe de las incontables batallas que libraron tanto hombres y mujeres de color como los homosexuales a lo largo de varias décadas para no ser segregados en la sociedad estadounidense. El hecho de ser una de las primera figuras procedentes de la comunidad afroamericana en convertirse en estrella de rock, lo hizo ser influencia para quienes siguieron sus pasos como James Brown, Otis Redding y tantos más.
Víctima también de cáncer, tal como Richard, Florian Schneider, uno de los genios detrás de la revolucionaria agrupación musical alemana, Kraftwerk, falleció días antes, el 21 de abril pasado, a los 73 años de edad. Tras su muerte, muchos medios especializados han abierto una polémica con respecto a si su legado musical, perpetrado en complicidad con su socio musical, Ralph Hütter, tiene incluso una mayor influencia en la música contemporánea que los Beatles, el cuarteto inglés que por cierto, celebra por estos días los 50 años de la salida de su gran obra Let It Be. Sea lo que sea, nadie pone en tela de juicio que la obra de Kraftwerk fue visionaria en muchos sentidos y que abrió especialmente la puerta de la inspiración a muchos que recurrieron a tecnologías electrónicas para hacer música.
En Mexico, recibimos también con tristeza la noticia de la muerte del folclorista Óscar Chávez, el compositor y cantante que con infortunio se infectó de coronavirus y falleció el pasado 30 de abril, a los 85 años de edad, dejando un legado impresionante. Chávez se distinguió también por ser destacado actor de teatro y locutor de radio. Entre sus logros más reconocidos está el haber sido parte del hoy memorable reparto de la cinta Los caifanes, su debut cinematográfico, en 1966.
Paradójicamente, acaecido el mismo día que Chávez, en París, por cuestiones cardiovasculares, el compositor y baterista Tony Allen trabajó hasta días antes de su deceso, dando continuidad a una carrera colmada de trabajos que dio inicio en 1969 cuando se integró a la banda de Fela Kuti, en su natal Lagos, Nigeria. Fue cómplice de Damon Albarn en los proyectos Gorillaz; The Good, The Bad & The Queen y Rocket Juice & the Moon, lo que habla de su versatilidad y buen ánimo durante los últimos años de su vida. En 2014 lanzó Film of Life y en 2017 el exitoso The Source, demostrando en ambos su inventiva para fluctuar entre el jazz y el afrobeat. Días antes de su partida se dio a conocer Rejoice, disco que grabó previamente con la leyenda sudafricana Hugh Masekela.
También víctima de coronavirus, John Prine, el compositor y cantante de culto estadounidense, murió el pasado 7 de abril, a los 73 años, en la ciudad de Nashville. Favorito de Bob Dylan y Elvis Costello, entre muchos otros que manifestaron públicamente su congoja ante su partida, Prine dejó una discografía de 12 títulos, entre los que destaca The Missing Years, de 1991.
Una serie de muertes que ensombrecen aún más el clima de luto por el que transitamos en estos días inciertos y confusos. Aquí va esta nota para recordarlos y agradecer lo mucho que nos han dado.