La probabilidad (no sólo posibilidad) de alternancia en el gobierno estatal de Coahuila el próximo año es alta. Como lo escribí hace un tiempo, uno de los tres factores fundamentales para que se concrete o bien se inhiba esa probabilidad radica en la unidad al interior de los partidos contendientes.
Una vez que sobre la cancha se han dado varias jugadas del PAN y del PRI, considero que el marcador al momento es de un gol a cero en favor del PAN.
El primer gol ha sido producto de una jugada de conjunto en la que ha intervenido todo el equipo azul incluido su capitán del Comité Ejecutivo Nacional (CEN), Ricardo Anaya. Los jugadores se han comprometido a salir unidos en la elección de su candidato y han establecido criterio general de definición.
En el PRI, por su parte, está ocurriendo lo que sucede en equipos con mala racha o jugando con errores: es evidente que, como se dice en el futbol, “el vestidor está dividido”.
En el último mes, el PRI ha evidenciado las dos posturas que polarizan su vestidor. En un extremo, el del continuismo, está Miguel Riquelme, cuyas jugadas recientes han sido incomprensibles; la peor de ellas lo sucedido en torno a la fastuosa celebración de su cumpleaños.
Más allá de la desaprobación que causó en redes sociales, quedó claro quién está con él y quién no. Pero más relevante aún: a quién quiere él a su lado y a quiénes no. Por tanto, no representa la unidad incluyente en su partido, pero sí la corriente hegemónica y la decisión del gobernador Moreira.
En el otro extremo del vestuario priista se encuentra Javier Guerrero, cuya estrategia de enfrentamiento con el actual gobernador y su candidato le ha granjeado simpatías externas, pero cautela, si no es que franco distanciamiento, interno. Tampoco representaría una carta de unidad.
Es de llamar la atención que, en el caso del PAN, la alineación está animada por el propio CEN, en tanto que, del lado del PRI, su Comité Ejecutivo Nacional no ha saltado a la cancha del juego que inició hace rato en Coahuila.
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