Parece inexplicable que mientras el Presidente polariza más a la sociedad, injuriando a los que rehusamos vivir aletargados y sumisos ante su loca divinidad, más voces llaman a la unidad nacional.
La razón está clara, México es más que los dos bandos irreductibles y beligerantes; uno, los que lo ven como el dios providente del que depende la felicidad nacional y, el otro, los dispuestos a dar su vida para terminar con la del que llegó democráticamente a la Presidencia y desde ahí usurpa espacios de todas las demás instituciones, incluida la CNDH, para destruir lo que halla a su paso y hacer de la patria su anhelada distopía: PejeMex.
En la población hay millones de adeptos y adversarios del actual gobierno lejos de fanatismos; mexicanos conscientes de que la realidad es inmisericorde contra fieles e infieles del Ejecutivo, sean ricos o pobres, pacíficos o violentos; realidad que balea y desaparece a familias enteras, igual en Sonora que en Chalco, Ecatepec y todas partes, por eso la necesidad de unirnos, ya no para bien vivir, sino simplemente para sobrevivir.
Antes las mujeres y los niños eran intocables, hoy sus despojos van por delante como ofrenda a Huitzilopochtli, ídolo que después de 500 años sigue con el hocico abierto recibiendo corazones palpitantes. Por eso cada día es mayor la convocatoria para la unidad nacional.
¿Cuáles son los principales obstáculos para lograr ese noble objetivo?
A mi modo de ver, dos:
El primero es la gobernabilidad que tiene el país. Coincido con el Presidente y su equipo cuando afirman que en México no hay ingobernabilidad. ¡Vaya que hay gobierno y gobernabilidad! Lo trágico es que hoy rigen las leyes de los narcotraficantes, los huachicoleros, los que asaltan, secuestran, roban, violan y matan con un seguro de impunidad eficaz al 98 por ciento. ¡Nos gobierna, con sus mil rostros, el crimen organizado!
El segundo obstáculo es el decrépito luchador social que llevaron a Palacio Nacional 30 millones de agraviados, desesperados, ilusos, resentidos y manipulados; unos honestos y de buena fe, y otros que solamente cambiaron de letrina. Muchos supieron de dónde salir, pero no imaginaron dónde habrían de caer. Y como ese decrépito luchador social se sabe absolutamente incompetente para gobernar (aunque en sus sermones se equipare con Cristo) flota sobre mentiras, promesas, injurias, despilfarros, violaciones a la ley, caprichos y gracejadas. Eso sí, no oculta su cobardía: humilla al Ejército y es insensible ante los pacíficos; pide a los LeBarón que perdonen a sus asesinos como él los perdona y libera, porque “también son seres humanos”, y ruega ayuda a sus mamacitas. Le tiene pánico a los violentos en todas sus expresiones. En cobardía sí es químicamente puro.
Por eso y mucho más, es urgente la unidad nacional.