Arancel ha sido la palabra de moda en el comercio continental durante las últimas dos semanas. Varios han sido los incidentes en los que, además de salir a la luz, el término ha empezado a mostrar los distintos rostros de todos quienes lo han usado. Y en este ir y venir de la palabrita, México ha estado en el centro.
El primer ensayo del vocablo, curiosamente, ni incluyó a nuestro país ni fue planeado. El protagonista fue Colombia, en un altercado bananero, que incluyó inspirados textos del presidente Petro y la amenaza brutal de Donald Trump de imponer un arancel de hasta 50 por ciento a las exportaciones colombianas, si no aceptaban recibir a sus deportados. Petro reculó.
El segundo round del tema no sólo incluyó a México, sino que nos puso en el centro de la atención global, junto con Canadá. El sábado 1 de febrero, de nueva cuenta Trump sacó el tema arancelario y decidió imponer un 25% a todos los productos mexicanos y canadienses, bajo el argumento de que ninguno de los dos países está ayudando a Estados Unidos con los dos asuntos más sensibles dentro de su agenda doméstica: el tráfico de drogas y la migración indocumentada. Al final, tanto México como Canadá lograron negociar el aplazamiento de los aranceles por 30 días, a cambio de alinear sus acciones en estos dos temas con la política de Washington.
El tercer y hasta ahora último ensayo del término se dio el lunes 3 de febrero, cuando el presidente de Ecuador, Daniel Noboa, salió a anunciar aranceles del 27% a los productos mexicanos, ahí sí quién sabe por qué, pero argumentando que el comercio es injusto.
El tema sin embargo no debe sorprendernos. Ya, de hecho, Donald Trump nos lo había anunciado en su discurso de posesión, al afirmar que “Arancel es la palabra más bella del diccionario”. Pero eso es sólo la cereza de un pastel que ya se venía cocinando: un entorno geopolítico global que gradualmente ha venido migrando de la descentralización de la producción a la relocalización; de la apertura al proteccionismo; y de la proveeduría global a la sustitución de importaciones. Por eso es que los aranceles han pasado de ser una herramienta comercial a una política. Es decir, ya no es un instrumento, sino un arma para reconfigurar los intereses geopolíticos mundiales.
Al final, en este embrollo, los aranceles revelan interminables características de los líderes que los aplican. Por ahora, parece que tenemos un presidente estadounidense que, como ya sabíamos, es un negociador feroz; una presidenta mexicana que resultó sagaz y hábil diplomática; un premier canadiense pragmático y eficaz; un presidente colombiano que es mal poeta y peor estadista; y un presidente ecuatoriano que, como el payaso de los toros, corre y corre, sin que nadie lo persiga. Y hasta aquí la tragicomedia comercial de tu Sala de Consejo semanal.