Cultura

Zorrilla en México

En todas las épocas, el poeta metido a comentarista político dista frecuentemente de ser riguroso o atinado; pero, comprometido con alguna militancia, suele ser apasionado y no pocas veces intransigente. Es su sensibilidad, combinada con su inteligencia, la que en ocasiones facilita su entrega a diversas causas e ideas, y la que es su mejor aliada para exaltar lo que lo conmueve, pero también el gran obstáculo para reconocer con mínima objetividad algunos hechos.

Cuando sus convicciones políticas comparten una causa justa, esta devoción los convierte en prohombres. Y cuando ponen en juego la vida misma (lord Byron en lucha por la independencia de Grecia o José Martí cuando cayó muerto por la de Cuba) alcanzan lo sublime.

Los poetas en Atenas cantaron a Harmodio y Aristogitón por asesinar al tirano Hiparco. Pero en Grecia también se produjo, con o sin corrupción pecuniaria de por medio, el contubernio de algunos poetas con diversos tiranos. Aristóteles cuenta cómo el poeta Simónides rehusó escribir sobre una carrera ganada por Anaxilao en un carro tirado por mulas, porque estas bestias le parecían indignas de su poesía; pero cuando Anaxilao aumentó la paga por el poema, el bardo aceptó sin mayor reparo. Píndaro, por su parte, fue el poeta de cabecera de personajes como Hierón de Siracusa y Terón de Agrigento.

Los poetas han engrandecido naciones y hechos históricos, pero también han enlodado gobiernos y figuras que no les pagaron sus rimas como ellos esperaban. Es el caso de José Zorrilla, que cuando llegó a México se encontró con un país devastado por la guerra, la pérdida de la mitad de su territorio y una abierta confrontación entre liberales y conservadores que desembocaría en la traición de estos al abrir las puertas al Imperio de Maximiliano.

Ya había referido la semana pasada que el poeta vallisoletano llega a México huyendo de su esposa y con no pocas ambiciones de fortuna. Arriba en 1855, poco antes de que finalice el malogrado gobierno del general Antonio López de Santa Anna. El estudioso John Dowling, en su informado ensayo Zorrilla en el parnaso mexicano, recrea la fastuosa recepción que tuvo el mayor de los poetas románticos españoles por parte de la comunidad literaria de México.

Sin embargo, cuando apenas se dirigía hacia a la capital, el poeta veracruzano José María Esteva, que se había hecho rápidamente su amigo, le preguntó: “Pero ¿a qué viene usted a México?”. Y le mostró, según relata el propio Zorrilla en sus Recuerdos del tiempo viejo, “unas infames quintillas escritas contra los mejicanos y su presidente Santa Anna, impresas en Cuba y firmadas con mi nombre… En 41 estrofas un malévolo versificador elogia a España y a españoles y echa denuestos a México y los mexicanos”, evocando la reciente invasión estadunidense, en la que el poetastro ve “una patria solitaria de imbéciles y cobardes”, una “nación idiota” que rechaza a España y apoya a Santa Anna:

¡Y detestan nuestro trono, nuestro regio pabellón!

Quien tiene por dueño un mono vestido de Napoleón ...

El mismo Esteva le hizo saber a Zorrilla que en México todos están convencidos de que él es el autor de esas líneas. Y todo indica que, efectivamente, no lo era; pero quizás lo negó más por el estilo descuidado que no era digno de su pluma, que por el contenido, que bien hubiera podido suscribir.

“Sin embargo —cuenta Dowling— Zorrilla determinó subir a México y así lo hizo. Al acercarse el célebre vate a la capital el 14 de enero, salieron algunos de sus admiradores a recibirle a la garita de San Lázaro. El periódico El Universal le saludó: ‘Bien venido sea a nuestro país el dulce trovador de la Antigua España, ya que la fortuna ha querido traer a nuestras comarcas al Píndaro de los tiempos modernos’”.

En los años siguientes, el “vate divino” (como le llamó José Joaquín Pesado) le canta a México y a los mexicanos, mientras observa a la distancia los gobiernos de Comonfort y de Benito Juárez; pero cuando ve entrar las tropas de Napoleón III para sostener el imperio de Maximiliano sus esperanzas de una mejor posición resurgen. En 1865 Maximiliano lo nombra director del Teatro Nacional (que nunca se construirá) y más tarde será el poeta áulico.

Fue breve su cercanía con el imperio porque en 1866 regresa a España por la muerte de su esposa, la mujer con la que no quiso seguir viviendo. Allá se entera del fusilamiento de Maximiliano, y entonces publica un panfleto poético que aparece en 1867: El drama del alma. Algo sobre Méjico y Maximiliano. Poesía en dos partes con notas en prosa y comentarios de un loco. En su epílogo maldice la victoria republicana de Juárez:

Oye, pueblo sagaz, republicano

que llevas “Dios y libertad” por lema,

tu dios es un vil ídolo: en su insano

furor, de Dios tu libertad blasfema.

Tiene la libertad limpia la mano

de oro y de sangre, su equidad suprema

de la equidad de Dios es santa hermana.

¿Es esta libertad la mejicana?

Mas tu odio a Europa te arrastró muy lejos:

tu libertad con él has fusilado,

y en lugar de romper tus grillos viejos,

otros grillos más duros te has forjado.

Escuchaste del yankee los consejos,

y del yankee en la red te has enredado,

pues tanto odias tu sangre de europea...

¡Ojalá seas yankee y yo lo vea!

Con esa resentida perspectiva histórica el poeta resumió su paso por nuestro país. Estos versos quedaron en el olvido, pero a Zorrilla le habría encantado ver el maltrato de Trump al pueblo mexicano.

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Ariel González Jiménez
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