Cultura

Tres bajas

En una semana, entre un sábado y otro, la infatigable muerte se ha llevado al poeta ruso Evgueni Evtushenko, al escritor mexicano Sergio González Rodríguez y, para rematar, al politólogo italiano Giovanni Sartori. Los tres decesos nos han impactado en distinto grado porque, independientemente de que “no se los viera venir”, han tocado —por lo menos en mi caso— algunas fibras nostálgicas, otras de admiración intelectual o de los dos tipos mezcladas con la amistad.

En las filas comunistas de finales de los sesenta y setenta, Evtushenko (un autor que creía firmemente en que es necesario “tener una personalidad muy propia, muy determinada, para poder expresar en su obra lo que es común a muchos hombres”) representaba algo así como el intelectual disidente autorizado por el Partido Comunista. Leerlo en su Autobiografía precoz era ver cómo era posible ya advertir públicamente —por algo había que empezar— que el estalinismo no había sido, digamos, la experiencia más sana para construir el socialismo; pero por mucho que el poeta se esforzara en criticar la burocracia y el terror, se mantenía vigente el ideal de la sociedad igualitaria y se seguía pensando, un tanto a la manera de Sartre y de muchos otros, que el peor socialismo era siempre mejor que el mejor de los capitalismos.

Desde ese punto de vista, toda la sinceridad de Evtushenko, quizás real, era de una ingenuidad que, vista a la distancia y disuelta la Unión Soviética, me parece que forma parte ya de una misma ilusión: la de la sociedad fraterna que un día, con la teoría del viejo Marx, la sabia dirección de un partido y, por supuesto, un dirigente preclaro, será posible construir.

No obstante, Evgueni Evtushenko fue muy importante para comenzar a ver las cosas de otra manera. En su Autobiografía precoz apunta, por ejemplo, algo que ningún crítico del estalinismo dejará de recuperar como cierto: “Querer explicar el culto a la personalidad de Stalin por la sola violencia, es elemental. Para mí, es innegable que Stalin ejercía una especie de encanto hipnótico. Es un hecho que muchos viejos bolcheviques, detenidos y torturados, seguían creyendo que fueron perseguidos sin que él lo supiera. No habrían admitido jamás que él personalmente ordenaba su desdicha. Muchos de ellos, al volver de la tortura escribían con su sangre, sobre los muros de sus celdas: ¡Viva Stalin!”.

Un paso, importante sin duda, en el reconocimiento de que el ideal comunista había producido muchos más monstruos y pesadillas de los que podía soportar la noble idea de cambiar el mundo.

Pasaron muchas décadas antes de que la izquierda (cierta izquierda) asumiera como suyas las ideas democráticas, las defendiera y —más importante aún— decidiera jugar con sus reglas. Las obras de figuras como Norberto Bobbio, Michelangelo Bovero y el recién desaparecido Giovanni Sartori fueron una auténtica escuela para izquierdas modernas en todo el mundo.

Derrumbado el Muro de Berlín, la aceptación del ideal democrático cobró mayor presencia en las mismas filas que décadas atrás lo concebían como una farsa burguesa. Sin embargo, autores como Sartori comprendían que los resabios de esta visión seguían presentes en innumerables formaciones políticas de corte “progresista”. Por ello, la defensa de la vida democrática que plantearon con sus libros es doblemente significativa. En ese terreno, sobre todo, es donde se lo va a extrañar, y mucho, a Sartori.

En el México del siglo XXI uno podría imaginarse que lo de Evtushenko está perfectamente rebasado por su izquierda y que Sartori está más que asumido por todos los partidos y gobiernos. Pero al ver la actuación de nuestra clase política y las organizaciones que le sirven “de base”, el tema puede discutirse bastante porque privan el atraso y las prácticas más deplorables. Y en el terreno social se acumulan, en la más completa impunidad, un sinnúmero de horrores y atrocidades que nos delatan todavía como un país bárbaro en muchos sentidos.

A contar críticamente qué le pasa a México hoy se dedicaba, entre otras cosas, González Rodríguez. Unos extrañaremos al amigo, pero todos vamos a echar de menos su mirada incisiva sobre una modernidad democrática que nunca llega, o que al llegar lo hace en incompleta, deformada por todos los intereses que la obstaculizan.

En escenarios de profunda descomposición, soslayados o consentidos por un Estado incapaz de asumirse como tal, se producen las miles de muertas de Juárez. En otro contexto, pero parte del mismo abandono, 43 jóvenes desaparecen una noche y después nos venimos a enterar (¿el Estado también?) de escuelas (a)Normales fanatizadas, utilizadas como negocios familiares y carne de cañón, gobiernos municipales coludidos directamente con el narcotráfico, cuerpos policiacos comprados íntegramente por el crimen…

Termina la semana y vuelvo a pensar en la ilusión comunista, la anhelada vida democrática y en el pensamiento crítico que encarnaban los que se fueron con ella.

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Ariel González Jiménez
  • Ariel González Jiménez
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