Examinábamos la semana pasada la profunda actualidad que para una parte de la izquierda internacional y nacional tiene el ¿Qué hacer?, obra cumbre del autoritarismo y de eso que definimos como la izquierda realmente existente, a la que en otra ocasión llamé también izquierda región cuatro.
Los acontecimientos se han precipitado con el destape priista y con la forma en que nuestra izquierda viene dirimiendo sus conflictos internos, que queda ya muy a la sombra de esos hechos (que, por lo demás, demuestran que el tricolor no canta mal las rancheras). Sin embargo no hay que dejar de hacer notar cómo hace apenas unas semanas —los días anteriores al terremoto— teníamos a un doliente Ricardo Monreal que no daba crédito a la forma en que lo habían apartado de la ruta a la candidatura para gobernar la CdMx. Su caso nos tuvo por unos días en vilo: ¿sería capaz de dejar a su líder máximo por no favorecerlo? ¿Podría denunciar la inexistente vida democrática de Morena antes que llenarse la boca hablando de su falta en las filas enemigas? ¿Rompería el silencio?
El culebrón se resolvó hace apenas unos días y entonces vino otro terremoto con el destape priista, que ha dejado un poco desorientadas a las filas opositoras, en particular a las de Morena, cuyo dirigente se ha especializado en hacer campaña durante 20 años y que encabeza preferencias electorales que suelen desplomársele en la recta final (ahora, por lo visto, no ha tenido que esperar mucho para que se enciendan los focos rojos de sus encuestólogos).
No podemos anticipar, desde luego, qué va a pasar cuando el voto tenga la última palabra, pero lo que sí sabemos es que el caso Monreal seguirá ilustrando cómo (asombrosamente, sin que su dirigencia haya leído a Lenin: parece que jamás) la izquierda realmente existente que representa Morena tiene en alta estima las prácticas democráticas de los mismísimos bolcheviques.
Debemos recordar que no es que al camarada Vladimir Ilich Ulianov no le gustara la democracia interna, ¡qué va! Pero como él mismo dejó claro en su muy didáctico ¿Qué hacer?, la lucha contra una autocracia no admite debilidades, y la democracia partidista no es más que “un juguete inútil y perjudicial. Inútil porque, en la práctica, jamás ha podido organización revolucionaria alguna aplicar una amplia democracia, ni puede aplicarla, por mucho que lo desee. Perjudicial porque los intentos de aplicar en la práctica un ‘amplio principio democrático’ solo facilitan a la policía las grandes redadas…”
Y aquí en México, mutatis mutandis, la lucha contra esa “monstruosidad histórica” que son el PRI y sus aliados —la mafia del poder, pues—, culpables de todos los males nacionales habidos y por venir, desde luego que tampoco admite tibiezas ni juegos democráticos que pueden resultar contraproducentes para los elevados objetivos de los morenistas. Eso lo sabe perfectamente López Obrador no solo por su condición de ex priista, sino porque abrir el juego democrático dentro de Morena podría seguramente hacerla vulnerable a las perversas maniobras de la mafia que combate (el camarada Bartlett, ducho como es en esos temas, habrá alertado sobre ello oportunamente).
Cuando uno ve a los diputados morenistas o perredistas (porque la distancia entre ellos es más bien nominal) en la Asamblea capitalina o en la Cámara, actuar como una turba de rabiosos manifestantes, que muerden la mano de sus adversarios o secuestran el recinto legislativo, uno no puede menos que evocar las prácticas más oscuras que el leninismo planteaba como táctica en la Asamblea rusa (mientras existió).
Porque el leninismo, sabiéndolo o no como he dicho, es la mejor guía que pueden tener las minorías radicales en todas partes para imponerse y alcanzar el poder. De hecho, el Partido Comunista moderno quedó diseñado por Lenin en su ¿Qué hacer?, una obra reconocida incluso en la sociología occidental por sus “aportes” a la temática de la organización del partido revolucionario (Las ciencias sociales desde la Segunda Guerra Mundial, compilación de Daniel Bell, Alianza Editorial, 1982).
No debería dejar de inquietarnos el futuro de la izquierda de nuestro país y de América Latina que, sin ningún recurso teórico, se dedica a la descalificación y al montaje de crisis (locales, parlametarias, judiciales…), o que hace de sus derrotas electorales la oportunidad para atrincherarse en el radicalismo más cerrado que mina a las instituciones irresponsablemente. Ojalá desde ahora —cuando por lo menos a la de nustro país ya no le pintan bien las encuestas— se pusieran a trabajar en su modernización y en abrazar sinceramente la vida democrática.