Tuvo que venir el centenario de Camilo José Cela, que hemos estado celebrando este año, para que más o menos se disolvieran algunas de las reticencias —cuando no el abierto desprecio— que su oscura participación en la Guerra Civil (al lado de los franquistas) le trajera para siempre.
La rebelión contra el gobierno republicano lo sorprendió cuando era muy joven y se hacía eco de todo el conservadurismo familiar. El muchacho de ese entonces no dudó en sumarse a las tropas insurrectas. Nunca se arrepentiría y quizás esa fue la mayor mancha que llevó permanentemente como escritor.
A los 21 años, mientras otros abrazaban la causa republicana, Cela ofrecía sus servicios a un comisario franquista haciendo algunas consideraciones en estos términos: “Que queriendo prestar un servicio a la Patria adecuado a su estado físico, a sus conocimientos y a su buen deseo y voluntad, solicita el ingreso en el Cuerpo de Investigación y Vigilancia.
“Que habiendo vivido en Madrid y sin interrupción durante los últimos 13 años, cree poder prestar datos sobre personas y conductas, que pudieran ser de utilidad.
“Que el Glorioso Movimiento Nacional se produjo estando el solicitante en Madrid, de donde se pasó con fecha 5 de octubre de 1937, y que por lo mismo cree conocer la actuación de determinados individuos”.
Es vergonzoso, sin duda. Cela, antes que escritor, fue delator y espía del franquismo. No es poca culpa. Quizás los años siguientes a la guerra lo habrían podido hacer reconsiderar su actuación, pero en lugar de ello se convirtió en censor del régimen. Paradójicamente, al publicar sus primeras obras, él mismo fue víctima de la censura.
Muchos años antes de que todo mundo descubriera la valiente afición del rey Juan Carlos I de cazar elefantes, Su Majestad tuvo a bien crear el marquesado de Iria Flavia (nombre de la parroquia donde nació Cela) para otorgárselo. Los borbones, puestos a jugar a la representatividad, lo hicieron también senador en las primeras Cortes Generales de la transición democrática.
No luce mucho la biografía personal y política de Camilo José Cela. Pero qué le vamos a hacer. Sin saber nada de su pasado, desde muy joven leí con emoción La familia de Pascual Duarte y, más tarde, me encontré con La colmena, sin dudar que estaba ante un escritor universal. Así nos toca en suerte conocer a nuestros escritores favoritos, pero luego se impone el balance y la justa separación de las cosas.
Quizás uno de los pocos gestos morales que en realidad hablan bien de Cela fue su amistad con Dionisio Ridruejo, el autor de Escrito en España, falangista de la primera hora, que tuvo la gallardía política de reconsiderar muchas de sus convicciones, dimitir de sus cargos en la dictadura y enfrentarse más tarde al franquismo, por lo cual pasó cárcel y muchas humillaciones.
Ridruejo era para Cela (en la dedicatoria de Mesa revuelta) “poeta extraordinario que resulta pálido al lado del extraordinario amigo”. En 1964, cuando Ridruejo pretendía volver a Madrid clandestinamente, Cela desaconsejaba el viaje porque lo creía peligroso. Éste no lo escuchó y pasó una temporada en prisión.
A pesar de todo, Jordi Gracia, autor de un magnífico ensayo biográfico sobre la vida de Ridruejo (La vida rescatada de Dionisio Ridruejo), considera a Cela un amigo no siempre leal.
Y cómo serlo, si Cela había sido tan soplón y tan cercano al régimen franquista que, en el mejor de los casos, se lo veía como un escritor contradictorio. En verdad es la fama de su pasado, de la que poco o nada renegó, la que más ha impedido que este centenario suyo sea el que merece su obra literaria.
Vaya, ni siquiera su humor, ostensible en obras menores como Rol de cornudos (“Partiendo del axioma…. de que jamás hubo un mamífero vertebrado superior sin cuernos, me permito ofrecer al cornudo y paciente lector este trabajito… una suma de papeletas eruditas coleccionadas con el solo propósito de facilitar una herramienta al sabio que la hubiere menester”), le es reconocido ampliamente en este, su año.
Ni modo, Cela: el pasado castiga.