Cultura

Actuar, no solo lamentar

Dada la expectación creada, por un momento pareció que iba a ser el Día del Juicio Final. Pero la verdad, manteniendo la cabeza fría, no se escucharon trompetas apocalípticas (sí trompetillas, y muchas, en todo el mundo) ni los muertos se pusieron de pie (aunque sí muchas de sus ideas, porque, como lo dijo el buen Marx, “la tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos”). Solo se trató de la llegada del presidente número 45 de la Unión Americana, rodeada, eso sí, de una gran efervescencia callejera, vidrios rotos, golpeados y muchos detenidos, lo que muestra la profunda división que experimenta ese país.

Aun así, todo indica que es el momento de Trump. Algo hicieron mal los demócratas y progresistas del vecino país que este señor pudo abrirse paso, como una avalancha, hacia la Casa Blanca. En nada o muy poco lo vulneraron las acusaciones de misoginia, su supuesta vinculación con Vladimir Putin, los escándalos de acoso sexual, la increíble confrontación con la prensa y, mucho menos, sus más retrógradas comentarios sobre diversos temas que lo exhibieron ante todo el mundo como cuasi fascista.

Sin embargo, se trata de un ganador impopular, algo que solo el anacrónico y torcido sistema electoral de Estados Unidos se puede permitir. Las numerosas protestas y reacciones por su llegada lo hacen patente, pero dejan entrever también los obstáculos internos para que consiga dar cada uno de los pasos que se propone dar.

¿Cuáles son estos pasos realmente? Los analistas más serios son concluyentes: no lo sabemos, porque distinguir entre la palabrería de un populista y sus verdaderas intenciones, y luego las posibilidades reales que tiene de llevarlas a cabo, no es nada fácil. Quizás es este ingrediente de incoherencia antisistémica lo que lo hace impredecible y lo que produce un anonadamiento global frente a su figura.

Vengo diciendo, no para aminorar nuestros temores sino para que éstos no se conviertan en histeria, que Trump, un septuagenario bastante confuso en sus ideas y acciones, tendrá que enfrentar a la historia y, sobre todo, la realidad para poder realizar las amenazas de sus más rabiosos discursos.

Por supuesto que los primeros daños ya los estamos resintiendo. Son tan reales como los millones de dólares que en materia de inversión ya hemos perdido debido a la presión ejercida por Trump sobre las empresas de su país —automotrices más que nada—, que tenían en México prospectos de negocios.

Lo que no queda claro para sus paisanos es que toda esta retirada de capitales obligada pueda convertirse automáticamente en los “miles de empleos” que su ahora presidente prometió, porque esas empresas habían venido a México precisamente por competitividad. ¿Y cómo se imagina en el largo plazo que ésta va a recuperarse? ¿Por decreto presidencial? ¿Qué hay del resto del mundo que produce lo mismo que ellos en forma más barata y eficiente?

Es evidente que el meollo de toda su vociferación discursiva radica en la exaltación populista del nacionalismo más ramplón: “Hemos hecho ricos a otros países mientras la riqueza, la fuerza y la confianza en nuestro país desaparecía del horizonte (…) A partir de ahora, será ‘América primero’. Cada decisión que tomemos en comercio, impuestos, inmigración, asuntos exteriores se tomará en beneficio de los trabajadores americanos y de las familias americanas”.

Pasamos, como se ve, del América para los americanos al América primero. Solo que para eso, ya lo hemos dicho, va a tener que ir contra la historia y, básicamente, contra las tendencias modernas de eso que conocemos como capitalismo desde hace unos 300 años. De ahí su condición de personaje antisistema.

Mientras tanto, en México las cosas se están moviendo, pero no en el sentido que proponía el eslogan del gobierno de Enrique Peña. Quiero ser optimista: frente a la caída del peso y las expectativas negativas del año, va naciendo una perspectiva distinta a la que siempre culpa al gobierno de aquí o de allá de todos nuestros males. Cada vez más mexicanos saben que lo peor que nos puede pasar no tiene nada que ver con los descabellados proyectos del gobierno entrante en EU, sino con que no hagamos lo que tenemos que hacer: cambiar al país, buscar alternativas, pensar estratégicamente y hacer espacio a nuestra creatividad en todos los órdenes.

Escuché el discurso de Manlio Fabio Beltrones tras la toma de posesión de Trump; me pareció que con sensatez y mesura estaba llenando un hueco que la Presidencia, otra vez, generó por su acusada falta de reflejos. A su vez, Andrés Manuel López Obrador propuso algo en absoluto desdeñable: un pacto nacional y un plan para defender los derechos humanos de los migrantes.

El país tiene que tomar una nueva dinámica. Y está clara: hay que actuar, no solo lamentar; no importa tanto lo que haga el demencial Trump, sino lo que los mexicanos estemos dispuestos a hacer aquí y ahora.

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Ariel González Jiménez
  • Ariel González Jiménez
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