Esta semana que está por concluir, Puebla se vio sacudida por un par de acontecimientos presentados en diferentes localizaciones pero que de cierta manera tuvieron similitudes en su trama y cuyo desenlace está haciendo hablar a las personas en los medios sociales digitales e incluso a los políticos. Me refiero a la desaparición de 3 menores de edad y su posterior localización, por fortuna, sanas y salvas.
Uno de estos casos en particular paralizó a una de las vías más importantes de la entidad, pero ambos tenían sobre sí ese fantasma que se ha comido a las entrañas de nuestra sociedad y que se le ha denominado feminicidio, así podemos entender la natural preocupación de los familiares de las menores no localizadas y de la comunidad en su conjunto.
Quizá por esta razón las autoridades al encontrarlas con bien se apresuraron en subrayar la “libre decisión” de abandonar sus hogares. Es decir, se puede entender en el contexto de quitar la narrativa de los feminicidios a estos casos, para que, me supongo, exista un poco de tranquilidad en la sociedad.
Sin embargo, resultó contraproducente, sobre todo en las redes sociales, que es ahí la nueva plaza pública en donde nos gusta quemar a las brujas. Como casi siempre ocurre en estos temas candentes aparecen los especialistas que para esta situación en particular pedían atender el lenguaje corporal de las menores para descubrir que ocultaban algo al decir que se fueron por su propia voluntad.
Y hacen bien en cuestionar la “propia voluntad” no solo la que pudiera o no reflejarse en la desaparición de estas jóvenes, sino en cualquier acto de ellas, del posible lector y de quien esto escribe.
Una de nuestras mayores fantasías como humanos es sentirnos libres, creer que todo lo que hacemos lo hacemos movidos por voluntad propia. Claro que las pequeñas elecciones como son el qué ponerse para ir al trabajo o qué comer de snack, ya ni las contamos entre los actos en los que interviene la voluntad, la propia voluntad. Y ahí es donde erramos.
La discusión sobre el libre albedrío no debería centrarse en si elegimos o no, claro que elegimos, nuestra vida es un constante elegir, tomar algo y renunciar a cientos de otras alternativas. El punto medular es si esa elección es “totalmente libre”, como lo dijeron las 3 jovencitas localizadas.
La respuesta es no. Pero no solo para este caso, sino para cualquier decisión, de cualquier persona. Elegimos, pero no sabemos por qué lo hacemos, qué motivos nos llevaron. No lo sabemos de una forma verdadera, podemos tener narrativas que sustenten nuestro actuar, que lo explique ante los demás y ante nosotros mismos. Pero los motivos subyacentes son desconocidos para todos.
La psicología evolutiva está de acuerdo con esto y sostiene que los humanos no somos más que unas máquinas biológicas, esto quiere decir que todas las decisiones que tomamos estarían encaminadas a la conservación y evolución de la vida, o cuando menos a un proceso homeostático.
Para el psicoanálisis las elecciones que tomamos en la vida son inconscientes y forman parte del deseo que nos antecede, nos atraviesa y nos sobrevive, y sólo podríamos tener noticias de ello por formaciones como los lapsus y los olvidos, o bien por medio de los sueños.
Sea cualquiera de estas dos corrientes psicológicas hablar de una propia voluntad es un sinsentido. Y ojo no solo en una edad joven, sino en la que llamamos madura o en la vejez. No hay voluntad propia, aunque eso no nos exima de hacernos responsables de nuestros actos.