Roma. La guerra civil en Siria pasará a la historia como una vergüenza para el mundo.
La mayor crisis humanitaria desde la Segunda Guerra Mundial ha provocado reacciones de indiferencia, insensibilidad y, en el mejor de los casos, limitado apoyo, causadas por el aferramiento al poder de la dictadura siria, el terrorismo de ISIS, el enfrentamiento entre Estados Unidos y Rusia, las ambiciones de Siria y Turquía y las viejas reivindicaciones kurdas, entre otras razones.
Han pasado siete años desde el inicio, en 2011, de la insurrección en varios frentes contra Bashar al-Assad, régimen apoyado por los rusos y atacado por los estadunidenses, mientras millones de sirios buscan refugio en Turquía, Jordania, Líbano y Europa, huyendo de la muerte, el dolor y la miseria.
En este contexto, el 23 de marzo visité el campo de refugiados sirios conocido como Nizip Konteynerkent 2 en Gaziantep, Turquía, a solo 45 kilómetros de la frontera con Siria.
Ahí viven unos 5 mil refugiados en contenedores adaptados para ser habitados como casas con cocina, baño, aire acondicionado y televisión.
El gobierno turco, a través de la agencia de ayuda humanitaria AFAD, les otorga seguridad personal, educación bilingüe, servicios de salud y la compra de alimentos por medio de una tarjeta por la cantidad de 100 liras turcas por persona al mes, equivalente a unos 500 pesos.
Aunque tienen las necesidades básicas resueltas, por ahora nadie sabe el día en que podrán regresar a su patria, al lugar donde vivían y donde están enterrados sus muertos.
Observé varios dibujos colgados en la pared de la clase de pintura. Uno de ellos muestra a un niño mirando un reloj con la leyenda en turco: “Vatana dönü saati ne zaman çalakak?”, o sea, “¿Cuándo podré regresar?”
Otro dibujo muestra a un hombre colgado de los pies y atado de manos, uno más representa a una persona con maleta en mano alejándose de su hogar, mientras su alargada sombra se aferra a la casa, obras realizadas por el profesor Zoya Zak.
Entramos a un salón de estudiantes de secundaria. Después de escuchar a los visitantes, en un franco diálogo, una joven adolescente cubierta con el velo islámico o hiyab, de grandes ojos y de mirada dura, dijo en voz alta: “el mundo nos ha abandonado”. Todos nos quedamos callados.
Por el contrario, en otro salón, los niños de kínder, inocentes y alegres, entonan con brío canciones patrióticas turcas aprendidas de memoria:
“Mi Turquía, moriré por tus montañas
Mi Turquía, moriré por tus ríos
Mi Turquía, moriré por tus valles”
Estudios oficiales calculan que casi la mitad de los refugiados, un millón 300 mil, son niños con edad de cero a 18 años. Una generación sin futuro ni patria, acechada por la propaganda del terrorismo de ISIS. Por ello, Turquía le dedica especial importancia a la adecuada educación de esos niños y adolescentes.
El gobierno turco calcula que ha destinado hasta ahora más de 25 mil millones de dólares para atender a los más de 3 millones de refugiados sirios, además de afganos, iraquíes y africanos.
Como punto de comparación, Turquía ha recibido hasta ahora el apoyo de la comunidad internacional por 500 millones de dólares. Por su parte, la Unión Europea ha comprometido 3 mil millones de euros, a cambio de frenar la ola migratoria.
Los turcos perciben que el mundo no ha reconocido suficientemente el esfuerzo realizado para ayudar a los 3 millones de refugiados, mientras que otros países europeos se niegan a recibir a menos de 10 mil personas.
Posdata
Lamento el reciente fallecimiento del embajador eminente Miguel Marín Bosch, con quien me unió una larga amistad desde que formamos parte del equipo del ex secretario de Relaciones Exteriores Jorge Castañeda y Álvarez de la Rosa, entre 1979 y 1982.
Sus intervenciones en los foros internacionales, especialmente en asuntos de desarme nuclear, como buen discípulo de don Alfonso García Robles, eran escuchadas con atención y respeto.
Marín Bosch deslumbraba con su fina inteligencia, pero su cáustica ironía lastimó a muchas personas y colegas.
Con la disolución de la URSS y la caída del muro de Berlín, el diplomático mexicano dijo con tono irónico: “Ahora todos vamos a jugar en el estadio de los Yanquis”.
Marín Bosch escribió Votos y vetos de Naciones Unidas, resultado de una ardua investigación sobre las posiciones de México en comparación con las superpotencias y otros países.
Cuando se jubiló como subsecretario para Asuntos Multilaterales, Marín Bosch salió distanciado del canciller Jorge Castañeda Gutman por su entreguismo a Estados Unidos.
Invitado por el rector de la Universidad Iberoamericana, Enrique González Torres, Marín Bosch se incorporó como profesor de tiempo completo del Departamento de Estudios Internacionales, siendo director el autor de esta columna.
También facilité el encuentro con la directora de La Jornada, Carmen Lira, cuando se acordó la colaboración del embajador Marín Bosch, quien escribió artículos indispensables para entender la política exterior de México.
Mi más sentido pésame para Érika y sus hijos.
@AGutierrezCanet