Galilea, Samaria, Betsaida, eran los escenarios; el hijo del carpintero predicaba. Amen al prójimo como a ustedes mismos, vean siempre por los pobres y los necesitados. No ocupaba más: sandalias, túnica y su voz llena de amor, de paz, de fraternidad, de concordia.
Multiplicaba peces y panes; transformó el agua en vino en Caná; resucitó muertos, a los ciegos les devolvía la vista, a los cojos los hacía caminar de nuevo, consolaba a los tristes, curaba a los leprosos. Su discurso político: Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios. Busca primero el Reino de Dios y su justicia, y lo demás será otorgado por añadidura.
Pero la situación era insostenible; los sumos sacerdotes y los escribas se unen y, con estratagemas, piden al Prefecto de Judea, Poncio Pilato, sin acusación formal, aprehenderlo una noche, en el Huerto de Getsemaní, mientras oraba en compañía de sus adormilados discípulos.
Fue llevado a los Tribunales de Anás, Caifás, Herodes y Pilato; apenas con éste, se hizo la acusación formal: sedición conforme a la ley romana, porque se proclamaba Rey y solo tenían como Rey al César, y blasfemia de acuerdo a la ley judía por creerse el Mesías, el Hijo de Dios.
El tribunal judío, el Sanedrín, lo condena a muerte; y lo envía a Pilato para que homologue la sentencia. El Procurador romano no le encuentra culpa mayor, lo manda azotar y al pretender ponerlo en libertad, los judíos le exigen la muerte de cruz; inútil su intento para ponerlo en libertad a cambio de Barrabás, se lava las manos y ordena su ejecución.
Lo llevan al Monte Calvario; ahí, abandonado por sus seguidores, con un sufrimiento indecible, flagelado, escarnecido, con los clavos perforando manos y pies, con la corona de espinas haciendo su trabajo de martirio, su cuerpo tinto en sangre, recibiendo hiel en vez de agua para calmar su sed, en medio de un sol abrasador, encomienda a Juan el cuidado de su Madre y pide al Padre eterno el perdón para sus ejecutores, y le dice a Dimas, uno de sus compañeros en el patíbulo: "En verdad te digo, que hoy estarás conmigo en el Paraíso". "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu."
¿Qué amor más grande puede haber que el de aquél que dio su vida por nosotros?
En el tráfago de la vida diaria, bien vale la pena un momento de reflexión en estos días Santos para que nuestro espíritu reciba los dones de la redención y reciba la fortaleza de arriba, para superar los difíciles tiempos que se avecinan. Felices Pascuas de Resurrección.
Abel Campirano Marin