Por: Elba Gutiérrez Castillo
Ilustración: Ros, cortesía de Nexos
La Asociación Internacional de Fútbol Bandera Femenil invitó al equipo afgano a jugar en el torneo que se llevará a cabo en la Ciudad de México a finales de mayo. Pero las deportistas, junto con su entrenador y sus familias, enfrentan grandes dificultades para venir a competir. Por una parte, a la llegada del talibán al poder tuvieron que dispersarse. Algunas se encuentran en Irán; otras, en Pakistán; unas pocas permanecen aún en Afganistán. Por otra parte, tienen problemas con sus documentos: cuando alguien escapa de su país porque están a punto de asesinarle, lo último que recuerda es llevar consigo su pasaporte, acta de nacimiento y cuatro fotografías tamaño infantil. Y, por último, las jugadoras del equipo son personas vulnerables no solamente por ser mujeres y deportistas. Algunas de ellas pertenecen a grupos minoritarios en riesgo. Otras son periodistas. Otras más están en matrimonios arreglados. Sus familias y entrenador también se encuentran en peligro: ¿cómo es posible que hubieran apoyado las carreras deportivas de estas mujeres? En los últimos meses han recibido amenazas por múltiples medios, algunas de las cuales ya han sido cumplidas: al hijo de una de ellas, un niño de ocho años, el talibán le rompió las piernas. El equipo afgano femenil de tocho bandera quiere venir a México para jugar en el torneo, pero también porque quieren ser reconocidas como refugiadas. Han logrado juntar los recursos económicos necesarios para venir y mantenerse a ellas mismas y a sus familias, y también cuentan con redes de apoyo para integrarse al país. Saben que México es un país con una larga tradición de asilo.