Por: Carlos Dorantes
Ilustración: Kathia Recio, cortesía de Nexos
Hay que nombrarlo tal como es: lo que está en juego cuando el presidente niega la crisis de derechos humanos y, además, estigmatiza a quienes la están denunciando, no es menor, pues impacta en los esfuerzos dirigidos a construir memoria, verdad y justicia. Por el contrario, es un hecho grave, ya que lejos de representar un cambio, tanto la negación de los agravios, como la estigmatización de los denunciantes, son mecanismos que dan continuidad a prácticas viejas de la faceta más autoritaria del Estado mexicano, algunas de las cuales se gestaron durante el período de represión estatal de los años setenta y ochenta —también mal llamado como “guerra sucia”—. Ni las disculpas públicas o actos simbólicos de reparación son suficientes sin verdad ni justicia. Pero tampoco lo son si la negación sigue operando a través de otros mecanismos.