En una era de megafusiones de medios —pensemos en la compra que realizó Disney por 71,000 millones de dólares (mdd) de los activos de entretenimiento de Rupert Murdoch, o en el acuerdo de 80,000 mdd de AT&T por Time Warner—, la oferta ganadora de Comcast por Sky no es la más grande, incluso al ser de 47,000 mdd, incluyendo deuda.
Pero este es otro claro ejemplo de cómo la expansión de las empresas de tecnología hacia la televisión y el cine lleva a una reconfiguración de la industria tradicional de medios. La prisa para consolidar tiene dos grandes objetivos: unir el contenido con la distribución y la sola búsqueda de la escala.
El motivo, sobre todo, es el efecto Netflix. El servicio de streaming basado en internet que comenzó a funcionar enviando por correo los DVD a sus clientes, se convirtió, en unos cuantos años, en uno de los principales grupos que encargan contenido de televisión, sobre todo, películas. En principio, puede presentar sus productos a cualquier persona con una conexión rápida de internet, incluso en su teléfono.
También puede llevar a cabo un seguimiento minucioso de lo que ven sus 130 millones de suscriptores de paga (la cifra está actualizada hasta el mes de junio), de modo que puede dirigir contenido específico a ellos, e incluso realizar estimaciones informadas sobre el probable éxito de nuevas películas o programas de televisión.
Pero Netflix no es el único. El servicio de streaming de Amazon le pisa los talones. Google, Apple y Facebook tienen sus propias plataformas en línea. Eso hace que las empresas de televisión de paga y sus proveedores de contenido de mucho tiempo teman a los que “cortan el cable”, los suscriptores que deciden que pueden obtener toda la televisión que necesitan, de manera más económica, con los servicios de streaming.
El fenómeno le dio un nuevo impulso al empuje de largo tiempo para fortalecer y crear negocios integrados de contenido y distribución.
Todo lo que deja la compra que realizó Comcast de 51% de NBC Universal en 2009, y del porcentaje restante en 2013, parece premonitorio. El grupo estadounidense de cable se retiró en julio de la lucha con Disney para adquirir los activos de entretenimiento de 21st Century Fox de Murdoch.
Pero su victoria sobre Disney en la subasta por Sky, aunque a un alto precio, le permite continuar en la búsqueda de ser un participante global e integrado. Le aporta a Comcast exposición internacional en un negocio bien administrado, que es uno de los pocos proveedores de tamaño importante de televisión de paga y banda ancha en Europa.
Sky tiene contenido premium, que incluye las primeras transmisiones de series de HBO como Juego de Tronos (Game of Thrones), así como atractivos derechos de transmisiones deportivas, además de su reputación como un experto en tecnología. Sin embargo, el acuerdo no convertirá a Comcast en un verdadero gigante de contenido.
Curiosamente, pudo haber tenido más sentido que Disney —que adquirió una participación de 39% en Sky después de su trato con Fox— pagara por el resto. Incluso Bob Iger, el director ejecutivo de Disney, llamó a Sky una “joya” de la cartera de Murdoch. Para el mismo Murdoch, los acuerdos de Comcast y Disney son una reivindicación de la inteligencia comercial del hombre que creó Sky en 1989 y que lo vio casi quebrar en su primer año.
El empresario Rupert Murdoch, de 87 años, seguramente debe tener cierto remordimiento por dividir el imperio de entretenimiento que construyó durante toda su vida, y por el fracaso en sus dos intentos para recuperar la propiedad total de Sky. Pero él, al menos, vende a sumas elevadas su compañía.
Los compradores de estos y otros activos de medios, por el contrario, hacen apuestas increíblemente grandes en un entorno que cambia con una velocidad vertiginosa. Hace ocho años, Netflix ni siquiera era un productor de contenido.
Al comprar activos, solo imitan a todos los demás, como las cadenas de supermercados y grupos de farmacias que tratan de anticipar cómo la marcha de los titanes de tecnología va a remodelar sus industrias. Hacer frente a los disruptores es una tarea difícil. Los accionistas de Disney, AT&T y Comcast solo pueden esperar que sus costosas apuestas resulten ser las correctas.